Libertad económica (foto: Jotaese) El sistema de libertades En su libro Frente a la Gran Mentira, Antonio García-Trevijano afirma que «la pasión cultural de la que depende la relación ideal de poder entre los pueblos y entre los hombres es la libertad». Al referirse a la libertad como «pasión cultural», García-Trevijano subraya enérgicamente el aspecto político, social o colectivo de aquella, aunque acto seguido, como para equilibrar lo dicho en la primera parte de su afirmación, señala que «el hombre más fuerte del mundo, al decir de Ibsen, es el que está más solo, porque la libertad primaria consiste en el hecho continuado de no estar sometido, en palabras de Locke, “a la voluntad incierta, desconocida o arbitraria de otro”. Y la forma genuina de esta libertad es la independencia». La espeluznante crisis económica que padece España en la actualidad pone de manifiesto la íntima correlación que existe entre las libertades. Pues si la libertad individual consiste fundamentalmente en la ausencia o, al menos, en la limitación de la coacción exterior por parte del orden social establecido -y por esta razón se dice que es una libertad negativa o “libertad de”- y la libertad política radica en la positiva “libertad para” participar en la gobernación del Estado por medio de la elección y destitución de sus gobernantes, al traer a colación otro tipo de libertad, la «libertad como independencia», que puede emplazarse simbólicamente entre ambas formas canónicas de libertad, aparece en el primer plano la llamada «libertad económica». Esta es una libertad de carácter social o colectiva, que participa de ambas clases de libertad, “de” y “para”, cuya importancia se destaca por si misma frente a los estropicios que la actual crisis económica -cuyo origen tiene en España un inequívoco y característico tufo político- causa tanto en los individuos tomados aisladamente si consideramos, por ejemplo, el fenómeno del paro, como en la sociedad en su conjunto, si nos fijamos en la destrucción del tejido empresarial y el empobrecimiento de la nación. La libertad económica como “libertad de” define precisamente la independencia física y económica del individuo, que solo puede alcanzarse con relativa facilidad cuando la sociedad y el Estado no ponen excesivas trabas -títulos, permisos, regulaciones, tasas, impuestos, aranceles, trámites burocráticos, barreras territoriales- o ejercen una coacción insuperable -intervención o estatalización de la economía, dirigismo económico- sobre su trabajo o actividad económica productiva. La existencia de un mercado libre y la descentralización del poder político son condiciones de la libertad e independencia económicas y eficaz antídoto contra la tiranía que resulta de la concentración del poder político y económico en las mismas manos. Hace muy pocas décadas Milton y Rose Friedman ya anticiparon el peligro de la excesiva intervención del Estado en la economía -«intervencionismo económico»- en su obra de economía política Libertad de elegir: «Más tarde o más temprano -vaticinaban-, y tal vez antes de lo que la mayoría de nosotros espera, un sector público cada vez más intervencionista destruirá tanto la prosperidad que debemos al sistema de libre mercado como la libertad humana proclamada de manera elocuente en la Declaración de Independencia.» Esta afirmación es fácil de contrastar en la España actual de los partidos políticos estatales, donde una oligarquía política y económico-financiera se ha apoderado de la mayor parte de los recursos económicos y productivos de la nación utilizándolos exclusivamente en su propio beneficio, causando, al tiempo y de manera irrevocable, la ruina del Estado y la depauperación de la sociedad. La causas en este caso son estrictamente políticas, puesto que se derivan de la presencia en el corazón del Estado de unos entes despóticos -los partidos políticos- que, después de secuestrar la libertad política, se nutren, sin tasa ni control, a costa del propio Estado, llevando a un ingente número de empleados al paro y a un número no muy inferior de empresas a la ruina. Y no es difícil darse cuenta de que sin independencia económica, será difícil, por no decir imposible -y basta con fijarse en los parados- que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos políticos, que, dicho sea de paso, les fueron expropiados durante la crisis política de la proterva Transición política, mediante el sistema electoral de listas de partidos perpetrado en las elecciones de 1977 y consagrado en la Constitución de 1978. De lo dicho anteriormente, y de lo pronosticado por el matrimonio Friedman, es fácil deducir la consecuencia última y más inquietante de todo esto, que no es otra cosa que la temible pérdida de las libertades estrictamente individuales, como la libertad de conciencia y de expresión, la libertad de movimientos o la inviolabilidad física individual, de cuyo peligro advertimos signos cada vez más preocupantes en nuestro país. Y si podemos admitir ciertas limitaciones a nuestra libertad, impuestas por el carácter complejo e interdependiente de la sociedad actual con objeto de evitar otras restricciones todavía peores, es evidente que hemos sobrepasado con mucho el límite de lo admisible.