“Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Dios”. “La idolatría es peor que el homicidio”. Estos textos no se encuentran en la Torah hebrea ni en los Evangelios cristianos. Son versículos del Corán.
A pesar de lo anterior, tras cada ataque terrorista en nombre del Islam se produce una reacción –inducida por ciertos entornos ideológicos y los medios de comunicación que le son afines– que convierte en culpables a las víctimas. El relato que difunden es que se producen atentados porque hay islamofobia, xenofobia o porque los países de mayoría musulmana viven en la miseria a causa de la prosperidad occidental.
Quienes abanderan este relato han perdido todo contacto con la realidad. Lo que los hechos nos dicen es que el Islam es una religión de odio; que los imanes callan ante la barbarie de sus fieles; y que la miseria existente en los países de mayoría musulmana –como en cualquier otro lugar– es el producto de sus gobiernos, que son consentidos por sus gobernados.
El relato estupendista occidental ha olvidado todo lo que ha sido el fundamento de su prosperidad. El olvido es desconocimiento y sin conocimiento no hay estima posible. El resultado es que Europa se avergüenza de su propia existencia y del bienestar producido por sus conquistas políticas a lo largo de los siglos y con enorme sufrimiento. Lo novedoso de esta conducta social nos obliga a crear una palabra que la describa: domofobia. El domófobo desprecia todo lo que le es propio: la libertad, el derecho a la propiedad privada, el derecho a la seguridad y el derecho de resistencia a la opresión. La domofobia es la manifestación última del pensamiento débil: es la tolerancia hacia el propio exterminio porque se carece de herramientas intelectuales con las que defender la propia existencia tras haber renunciado a ellas previamente.
La domofobia es la quinta columna del terror islámico.