Junto a la noria (foto: mirando_t) Desfase torticero Con un cuarto de siglo de retraso desde que la cosa se mostrara ya más que flagrante, la intelligentsia orgánica de facción parece haber descubierto la decadencia poblacional española. Se está publicitando el estudio al respecto de un tal Alejandro Macarrón Larumbe, que, con el esclarecedor título de “suicidio demográfico” —el prefijo latino sui nos señala a nosotros mismos como autores del homicidio—, publicará refiriéndose a tal asunto. Aparte de su publicidad, el desvelamiento de los datos no es algo meritorio si no se encajan dentro de un modelo explicativo. Tal como recalcó Albert Einstein, los hechos por sí solos no producen conocimiento científico —incluso carecen de utilidad para el caso que nos ocupa— si no se acompañan de la correspondiente construcción conceptual de sus relaciones.   No quiero precipitarme enjuiciando un estudio que todavía no ha visto la luz, aunque los artículos que el citado Alejandro Macarrón publicó en Expansión la pasada primavera, y alguna otra conferencia que circula por la Red, no aclaran para nada las causas del retroceso demográfico; peor aún, uno de sus más sonados heraldos, el ínclito Pío Moa, nos regala sus desgarradores desbarres. Las reflexiones que Moa engarza, basándose en este tema, alcanzan un amplio espectro que va desde los débiles “valores” de nuestra sociedad, pasando por la baja “calidad” de la juventud española, hasta el peligro de disolución cultural por la inmigración islámica. Ante semejante mosaico de sinrazón y obsesión, nada inteligente es necesario objetar, pues las teselas caen solas por su propio peso. Únicamente nos centraremos en desmentir la perla que don Alejandro ha adelantado.   Aunque algunos alegan que nuestro invierno demográfico se debe a que ahora no dan “ayudas a la natalidad” o a que “la vida está muy cara”, nuestros abuelos y bisabuelos tuvieron el doble o el triple de hijos que nosotros, con una renta per cápita real un 80%-90% inferior a la actual, y mucho más riesgo para las mujeres al dar a luz. Claro que cuando un consultor de estrategia empresarial y corporate finance, como el aludido señor Macarrón, nos espeta algo así, parece cantidad de razonable. Sin embargo, repartir equitativamente el PIB entre los habitantes de un país, sin referencia alguna a la distribución de la renta, ni al balance ingresos/gastos a la hora de formar y mantener el hogar familiar donde poder tener los hijos, justamente lo decisivo en el asunto que tratamos de dilucidar (en lo que respecta al desembolso, fundamentalmente todo lo relacionado con la vivienda, pero también añadiendo el menaje, la energía, la guardería, el colegio, los libros, la ropa, etcétera, ello unido a las contingencias que asolan la vida actual, entre las cuales campan el desempleo y la precariedad laboral que pueden comprometer los ingresos); nos remite a aquel popular dicho de “qué tienen que ver los cojones para comer trigo”.   Sin disponer aquí de espacio suficiente para más, recomiendo a Alejandro Macarrón Larumbe que se fije en la evolución de las rentas del trabajo, naturalmente entre los quintiles más comunes, y su relación respecto al encarecimiento de la vida, incluyendo el precio de los pisos con su hipoteca en la justa proporción, y no en el irrisorio 10% que ahora contempla el IPC (para hacerse una idea de la falsedad de este índice, baste señalar que el grupo básico, esto es la vivienda, el vestido y la alimentación, tienen juntos un peso del 50%). Así podrá apreciar cómo la Monarquía de partidos ha arruinado a la gran mayoría de los españoles, de cuyas últimas generaciones es inútil especular acerca de si quieren o no tener hijos cuando ni siquiera pueden emanciparse.   Es curioso, volviendo al ilustre Pío Moa, que éste se quejara, en su blog y en Época, de que la juventud española aspirara mayoritariamente a un puesto de funcionario. Habida cuenta de la precariedad laboral y de la imperiosa necesidad de suscribir una larga hipoteca para poder tener casa propia y fundar un hogar, resulta la forma más segura de conseguir unos ingresos fijos dignos que lo permitan. Lejos de ser hedonista y “botellonera”, tal y como les califica el propio Moa, la juventud española demuestra, con ello, gran inteligencia práctica para poder alcanzar sus aspiraciones familiares en las condiciones de ruina generalizada a las que nos ha abocado el Régimen del 77, del que por cierto don Pío es ferviente defensor.

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