Al inicio del decisivo mes de marzo, y después de un periodo de relativa calma en el asunto que ha centrado los debates de las Islas, así como en el continente y cuya repercusión se ha extendido a escala global. Una calma precedida de vientos favorables desde el otro lado del Atlántico con la elección de Trump, que suponía otro revés para las élites del establecimiento globalizador, y al calor de dichos vientos la señora May anunciaba su elección por un Brexit con todas sus consecuencias. Anulando así la falsa dicotomía entre un Brexit duro o uno blando, ya que el mandato del pueblo británico es claro.
Y así de claras fueron las primeras declaraciones de la Primera Ministro al ser elegida “Brexit means Brexit”, Brexit quiere decir Brexit. Palabras muy significativas de alguien que siempre estuvo a favor de permanecer en la Unión – no es un secreto que ella era una “Remainer” y que ahora asume con encomiable sentido de Estado la labor de comandar la nave británica hacia aguas exteriores a la jurisdicción continental. Aunque antiguos comandantes de la nave como John Major y Tony Blair aun hoy alzan sus voces para alterar su rumbo. Especialmente sangrante es lo de este último – llamado por los tabloides “Bliar“, el mentiroso. Quien declaro que creía que los británicos estaban equivocados al optar por irse y que era su misión hacerlos cambiar de idea convenciéndoles de lo contrario. Igual que hizo tantas veces en su mandato, y unas con éxito como en el caso de la guerra de Iraq y otras afortunadamente menos, como cuando abogó por el ingreso en el euro. También alzan sus voces los burócratas no electos de Bruselas tomándose el Brexit duro como un ataque. Ante todas estas declaraciones los británicos afirman con su flema que “No vale la pena morir en una trinchera por el Mercado Único”.
En esta batalla diplomática donde se arrojan acusaciones mutuas y se exige el pago de 60 mil Millones de euros al Reino Unido para abandonar la Unión. No podemos olvidar que en este pulso el brazo fuerte lo tiene el lado que tiene la legitimidad democrática, porque aunque la UE tenga mayor tamaño y mayor volumen, su músculo solo está apoyado por la legalidad de una entidad supraestatal llena de políticos grises y no electos encabezados por Juncker, Tusk y demás plétora de burócratas que le tienen pánico a la democracia y a las libertades civiles, que no olvidemos, por algo nacieron en las islas.
¿Acaso alguien podría pensar que la industria automovilista alemana se podría permitir perder a uno de sus mayores clientes imponiendo barreras aduaneras? ¿Acaso los países cuya confianza en la OTAN aun es ciega, especialmente aquellos cuyo miedo atávico a Rusia les impide ver que la guerra fría es algo del pasado, esos países se atreverían a desafiar al país europeo que tiene más soldados desplegados en su territorio? Iría contra la lógica de los intereses particulares de cada miembro de la UE.
Esto puede explicar el cambio de tono de las recientes declaraciones del vicepresidente de la comisión Frans Timmermans en la conferencia de seguridad de Munich. “Debemos escuchar el juramento de Hipócrates y hacer el menor daño posible. Respetamos vuestra decisión (el Brexit). Nos parece deplorable pero es una decisión soberana. Y si todos aceptamos esta premisa, podemos encontrar una salida sin demasiados daños. También en el gobierno español se aprecia un cambio de matices con las declaraciones del ministro de Exteriores Alfonso Dastis, quien dijo que “No podemos ver esto como una batalla en la que habrá vencedores y vencidos”.
Así pues, esperamos que el mes de marzo no se despida sin ver que la señora May invoque el artículo 50 del Tratado de Lisboa y comencemos a ver materializarse los acuerdos que sacarán al Reino Unido del renqueante proyecto europeo.