Hoy, con este artículo, me propongo dar una gran satisfacción a la gran mayoría de los españoles. A aquellos que sigan encerrados en el establo con ADSL al que los condenó Don Fernando Savater puede, sin embargo, que mi revelación no les produzca ninguna alegría. Quizás tampoco sorpresa y por ello, tal vez sea mejor que los que se abstienen habitualmente en las votaciones generales del Estado, dejen de leer mis reflexiones en este punto.
Para todos los demás sin embargo, tengo una agradable noticia, ya que me dispongo a revelarles que su sueño más secreto, aquel que no se atreven siquiera a confesar o reconocer cada vez que depositan su papeleta en las urnas, ya se ha cumplido sin ellos saberlo. Sí, amigo lector, tengo que revelar que al fin, ese gran deseo que cada uno de vosotros expresa al introducir su sobre en la caja mágica, se ha hecho real: vuestro partido político, ese al que alentáis mediante un papel con un logotipo impreso y varios nombres escritos, es el único. Justo ese y ningún otro. Ha vencido. Sin rivales. Es finalmente hegemónico tras todo este tiempo de anhelos callados y plegarias silentes en la intimidad. ¿cómo? Let’s go by parts, diría Jack ‘The Ripper’.
En España, el régimen actual, heredado directamente de la dictadura franquista, tuvo su comienzo tras reunirse una pequeña camarilla en un despacho. Tras un período de fraternidad y camaradería, todos se abrazaron y crearon algo llamado ‘el consenso de la transición’. De esa reunión secreta surgió una carta otorgada, como prolongación de las Leyes Fundamentales del Reino, a la que llamaron cariñosamente ‘La Constitución’. Pues fue ahí, en ese preciso instante, cuando surgió vuestro partido, ese al que todos los votantes españoles votais con gran devoción. ¿Su nombre? el RMPEU, es decir, el Régimen Monárquico de los Partidos Estatales Unidos. Un gran partido de Estado en cuyo interior se crearon una serie de facciones, o divisiones ideológicas artificialmente impuestas. Divisiones que proporcionarían colorido y variedad al escaparate, para adornar cada una de las ‘fiestas de la democracia’ que celebramos con alborozo.
Con este partido (El Partido, como habría que llamarlo para abreviar), ligado mediante el consenso y el pacto, mantienen un Estado concebido al estilo más puramente fascista y que, utilizando la socialdemocracia germánica como herramienta, se perpetúa como dominador de la nación a la que debería representar.
Pero seamos sinceros, reconozcámoslo ahora que no nos ve nadie, la intención de todos aquellos que votáis en las ‘fiestas de la democracia’ españolas, lo que os mueve verdaderamente para participar en ese juego, es el secreto deseo de que vuestro partido sea el único, el vencedor, el que cope todo el poder, ¿verdad? Es decir, el ideal del perfecto fascista estatólatra donde un partido único, que es el Estado mismo, anula a la nación para ‘representar su espíritu’ en su seno. Es eso lo que gusta a casi todos los españoles y forma parte de una educación franquista, recibida desde la infancia, y que concibe un estado benefactor, paternal y vigilante de su prole. Una progenie formada por todos los súbditos de la sociedad civil.
¿Libertad? ¿Para qué? (escribió Lenin) lo que se persigue es que el Estado nos haga ‘a todos y todas’ iguales para no provocar los celos entre hermanos. Si ‘papá’ el Estado, en un imperdonable error, favorece más a uno que a otro, eso no sería nada agradable. Debe uniformarnos a todos y no consentir disensiones más o menos extemporáneas. En el gran escenario que nuestro figurado progenitor crea para nosotros, se representa diariamente la obra de vencedores y vencidos de la, ya mítica, guerra civil y de este modo tan entretenido, parece que tenemos ‘democracia’.
Lo opuesto a esta visión estatalista tan extendida en Europa (y llevada hasta el extremo por Hitler, Mussolini, Franco y también por Stalin) sería la democracia ‘de verdad’, la formal. La que fundan Thomas Jefferson, John Adams, Ben Franklin y otros, alcanzando así una cota inédita en la historia de la humanidad. Un sistema de gobierno que tanto se nombra, precisamente, porque lo desconocemos en este continente. Es decir, la libertad constituyente de toda la nación que se convierte en fuente de la que manan todas las libertades individuales y que se dota de una verdadera Constitución que permite la representación de lo civil en el Estado y que separa los tres poderes para que se equilibren entre sí. Una nación que crea las leyes mediante representantes elegidos uninominalmente y por distritos, oponiéndose al Estado. Un Estado gobernado por el poder ejecutivo y que recibe la vigilancia de la sociedad civil, siempre atenta a sus propios intereses.
Pero este sistema de gobierno incorpora una cuestión adicional y novedosa en nuestro país: es necesario elegir y eso exige responsabilidades personales de todos nosotros. Se crea una balanza en la que figuradamente situamos, por un lado la dignidad y libertad, y por otro la fingida igualdad y la mentira. Esta imagen es la que cada uno debemos evaluar y considerar, para permitirnos reflexionar acerca de si debemos votar al RMPEU o si, por el contrario, practicamos la abstención activa y consciente, para subvertir nuestro sistema y con ello aportar nuevas páginas a la historia de nuestro país. Un innovador capítulo que nos convierta en la primera nación europea en alcanzar la verdadera libertad política, de una vez y para siempre.
Lo sé, esto es sinónimo de revolución. Pero este término (que paradójicamente se emplea por vez primera en Francia, a no muchos kilómetros de aquí) en contra de la idea tan difundida, no implica violencia y puede hacerse de forma pacífica.
Es una decisión personal, es algo que deberíamos considerar, antes que de modo finalista y utilitario, como simple ejercicio de coherencia, honestidad y moralidad. Respondiendo a unos principios éticos sobre los que uno decide desarrollar su propia vida. Votar o no votar, esa es la cuestión. La dejo ahí, flotando en el aire, para que cada uno reflexione sobre ella como considere mejor. El RMPEU, por el momento, seguirá presente y dominando a toda la nación… ¿por cuánto tiempo mas?
Y ahora corran… ¡corran todos a votar!