El Servicio de Delitos de Odio del Estado abre diligencias contra el periodista Arcadi Espada por el uso de un tabú sexista en un artículo de opinión, con arreglo a las leyes de género (tabúes sexistas) y de historia (tabúes comunistas) que despacha el liberalismo centrista.
No es un homenaje a Yuri Dombrovski; es la señal de que vivimos, como manda la propaganda, en el mejor período de nuestra historia. Después de todo, la Inquisición aún no perseguía sentimientos, sólo hechos, y ahí tenemos la escena del Buscón con el ama que echaba de comer a los pollos en Alcalá con “¡pío, pío!”:
–¡Oh, cuerpo de Dios, ama, hubieras hurtado moneda al rey, cosa que yo pudiera callar y no haber hecho lo que habéis hecho, que es imposible dejarlo de decir! ¡Malaventurado de vos y de mí!
–Pues Pablos, ¿yo qué he hecho?
–Yo no puedo dejar de dar parte a la Inquisición, porque si no, estaré descomulgado… ¿No os acordáis que dijisteis a los pollos pío, pío, y es Pío nombre de los papas, vicarios de Dios y cabezas de la Iglesia?
Se acotaba la ortodoxia para evitar la dispersión y para aislarnos del protestantismo el inquisidor general Gaspar de Quiroga prohibió y expurgó Petrarcas, Dantes, Bocaccios, Rabelaises, Ariostos y Maquiavelos. Erasmistas y gramáticos recibían marcaje al hombre: el Brocense fue acusado de pasarse por el forro los silogismos escolásticos (“este reo destruye los fundamentos de la lógica, de los cuales se sirve la teología escolástica”), y la verdad es que en España nunca nos hemos privado, hoy menos que nunca, de una escolástica (religiosa, política o militar) con que atar al heterodoxo por los “testigos” (huevos).
El resultado es el nicodemismo (de Nicodemo, el fariseo que de noche seguía a Jesús y de día los preceptos judíos), término calvinista para designar a los protestantes que por evitar la persecución se hacían los católicos.
A nuestro lado, los victorianos son un dechado de franqueza propia de una reunión de alcohólicos anónimos.