En medio de la confusión y el caos que se vive, parece que a veces se olvidan las premisas fundamentales de la lucha política en Venezuela. Es vital entender contra quién estamos luchando y su naturaleza, para ponernos en una perspectiva correcta que permita articular una estrategia efectiva para derrotarlo.
Aunque algunos lo nieguen, en Venezuela hay una dictadura. Esta dictadura se instaló con un fraude a la Constitución en 1999, y desde entonces, ha creado un marco jurídico que justifica legalmente la supresión de todas las libertades y las garantías. Y ya se ha visto que esta dictadura no disimula a la hora de instrumentar su fraude electoral e imponer un resultado a espaldas de la mayoría del país.
La segunda premisa es que, siendo este régimen una dictadura como cualquiera de las peores, al igual que todas las demás ésta también intenta atornillarse en el poder. En otras palabras, no está en los planes del Gobierno entregar el poder y mucho menos por la vía electoral, aunque haga elecciones. Por eso, con una combinación de fraude, represión y colaboracionismo, el régimen usa las elecciones para presentarse como legítimo.
Aunque muchos en la oposición electoral se nieguen a aceptarlo, estamos frente a una dictadura con un plan definido para nunca jamás entregar el poder. Quienes rechazan esta tesis son quienes quieren seguir participando en elecciones fraudulentas y viven con la ilusión de que el régimen va a discutir las formas de su decapitación en una mesa de negociación.
Las elecciones de la Constituyente, las de gobernadores y las de alcaldes confirmaron las peores sospechas de un sistema electoral fraudulento, con todos los vicios que le permiten al régimen cambiar los resultados a conveniencia. Mientras no haya garantías políticas plenas, la vía electoral es inútil porque el resultado será el mismo.
Admitiendo la vía electoral como difícil, pero sin renunciar a ella, la MUD se ha empeñado en una negociación directa con el régimen, en la esperanza de mejorar las condiciones electorales que le permitan ganarle en ese terreno. Para ello, la MUD ha renunciado y ha despreciado el único capital político decisivo en una circunstancia como ésta: la calle. Hay masivas y espontáneas protestas contra el Gobierno en todo el país, mientras la MUD sigue perdida en su propio laberinto de las negociaciones con el régimen.
Ahora se ve más claro que, con las continuas prórrogas, el Gobierno ha ganado tiempo para imponer por la vía de los hechos su Constituyente. Al terminar la rueda de negociaciones de esta semana —que tampoco será la última— a la MUD solo le quedarán dos opciones: cohabitar formalmente con el régimen y asumir la defensa de su agenda, o tratar de retomar el discurso de la protesta sin ningún tipo de credibilidad.
Hace unas semanas parecían propias de un discurso radical las consignas de la abstención electoral y el rechazo a las negociaciones entre el Gobierno y la MUD. Hoy, a la luz de los hechos, parecen llamados inspirados en la certeza del sentido común. ¿Ir a elecciones fraudulentas para legitimar al régimen? ¿Negociar para procurarle más ventajas aún y prorrogar su permanencia en el poder?
La realidad es un solvente mucho más potente que el viscoso barniz de lo políticamente correcto que usa la MUD para revestir su traición como un acuerdo indispensable con el régimen. Esa realidad es la que enseña, sin filtros, que la única forma históricamente viable para salir de una dictadura es la protesta, la rebelión y la movilización ciudadana. Ni elecciones, ni negociación.