¿Cuál es la clave del dominio en un Estado de partidos? ¿Qué impide que ninguno de los partícipes de la situación sea capaz de revertirla y de transformar la relación de poder, de modo que los gobernados controlen a los gobernantes?
Son varios los elementos que caracterizan y sostienen la partidocracia, pero sin duda el más importante es la sustitución del principio representativo por el de integración de las masas en el Estado. Y la vía para esa integración es el sistema electoral proporcional.
El sistema proporcional de listas de partido, ya sean abiertas o cerradas, perfecciona el reparto, y quiebra el principio de igualdad formal en el ejercicio de la política. Sin representación, no hay palanca alguna en que pueda apoyarse ninguna iniciativa reformista. Desconocer tal cuestión esencial es una temeridad propia de quien ignora la naturaleza misma del poder en una partidocracia.
Ese reparto alcanza el manejo de la justicia, principalmente a través de su órgano de gobierno (Consejo General del Poder Judicial) y de la revisión de las decisiones de la jurisdicción por un órgano político y parajudicial dominado por los partidos (Tribunal Constitucional).
La financiación pública de estos auténticos órganos estatales es otra de las patas de banco de la estatalización de los partidos, pero de menor peso incluso que el sistema electoral y la consecuente falta de representación. El régimen de partidos concede multitud de dádivas premiando su rol monopolístico, pero no sólo reparte dinero. Reparte puestos e influencias, inalcanzables de otra forma, dirigiendo a la sociedad civil como consecuencia de su entronización estatal. Los partidos no son sociedad política, son clase política.
La conversión en clase política de los partidos va mucho más allá de su financiación; las decisiones que se adopten en el juego político son abono de sinecuras constantes, al margen del riego de fondos públicos.
Porque la política es poder, el sistema proporcional hace por sí mismo estatales a los partidos, independientemente ya de su financiación.
Rubén Gisbert lo sabe perfectamente;siempre fue y es un enemigo de la verdad y la libertad.
Los españoles audaces,capaces y decentes tienen que desbastar a los Partidos políticos, retirándolos del Estado con una manera efectiva y legítima:ilegitimarlos con una ABSTENCIÓN general.