El Festival de la Luz de Dubái explora la interacción de la luz y la sombra en la cultura emiratí, reflejando la dicotomía entre tradición y modernidad: un escenario donde el papel de las mujeres artistas es prominente.
En mi primera visita a Dubái descubro con asombro el paisaje de una ciudad que apenas existía hace cincuenta años, un relieve de altos rascacielos construidos a una velocidad trepidante y que no cesa de crecer. Constato cómo la sociedad emiratí se ha propulsado de manera casi milagrosa, pasando del más oscuro medievo a la ultra modernidad. Su apuesta futurista convive con expresiones artísticas que se esfuerzan en inmortalizar arraigadas tradiciones abocadas a la desaparición.
Es lo que hemos visto en la primera edición del Festival de la Luz de Dubái (Dhai Dubai Light Art Festival), inaugurado el pasado 26 de enero en la Al Wasl Plaza, una exposición al aire libre organizada por la Expo City Dubái, que ha iluminado la ciudad durante diez noches. Incluye instalaciones de siete artistas del país, entre ellos el mundialmente conocido Mattar Bin Lahej, diseñador de la fachada del famoso y emblemático Museo del Futuro, quien presentó una monumental escultura de brillante acero con líneas estilizadas que nos evoca la caligrafía árabe, y que representa tres caballos galopando a gran velocidad, como símbolo del espíritu incansable y del dinamismo de la sociedad emiratí.
Tuvimos la oportunidad de conversar con los comisarios del evento, la emiratí Amma Abulhoul y el australiano Anthony Bastic, quien nos explica cómo surgió la idea de esta muestra: «¿y si propusiéramos a los artistas crear instalaciones en las que exploren cómo la luz influye en sus vidas? No siendo de aquí, me di cuenta de que, en un país como éste sometido a altas temperaturas, la sombra tiene tanta importancia como la luz; algo con lo que siempre juegan los arquitectos, diseñadores y artistas de la región». Así, la exposición se organiza alrededor de una gigantesca cúpula de 130 metros, un espacio diáfano que deja a su vez correr el aire, donde se han proyectado vídeos mapping, recreando un universo de luces y sombras a 360 grados. Ha sido importante para los comisarios contar con diferentes artistas, algunos consagrados, otros emergentes y otros que habían abandonado el arte, y plantearles el reto de incluir la luz en sus instalaciones, algo que no habían hecho con anterioridad. La comisaria se muestra satisfecha con el resultado, porque «este festival de la luz es el lienzo de los latidos de nuestra ciudad. Cada obra es el eco de las vivencias de un artista y forma una sinfonía luminosa». Anthony Bastic subraya que el festival va «más allá de una visión estética», pues ofrece la oportunidad de «zambullirse en las profundidades del alma de una nación y de una ciudad que recibe al visitante con los brazos abiertos».
La dicotomía entre desarrollo y tradición es el denominador común de las obras presentes en la exposición, cuyos artistas se expresan en un lenguaje que es fundamentalmente identitario. Su arte es el reflejo de sus vivencias, en el ámbito geográfico y cultural que les ha tocado vivir, y los motivos que retoman son muy suyos. Abdalla Almulla, por ejemplo, investiga la interacción entre tradición y tecnología sirviéndose de un minarete con decorado geométrico en cuya superficie hace bailar la luz, que está programada para que cambie según la posición del sol. Evoca el paso del tiempo que se ve marcado por esta torre desde cuya altura se llama al rezo y al encuentro cinco veces al día. El tronco de una palmera es el motivo central de la instalación interactiva de Khalid Alshafar, «The Nomad 2.0», de donde hace emanar rayos de luz psicodélica reflejados en una serie de espejos encerrados en un cubo trasparente, con el que pretende crear en el visitante una sensación de ligereza y libertad.
En este contexto, y en contra de mis ideas preconcebidas, la mujer ocupa un lugar prominente, convertida en el agente de una apertura insospechada, que conjuga la globalización con la tradición. En la gigantesca cúpula se suceden distintas proyecciones que llevan por título «Sisters of the Desert» (Hermanas del desierto), rindiendo homenaje a la perseverancia de las mujeres artistas emiratís, en particular a la fallecida Dhabia Juma Lamlah, que produjo más de 200 obras a pesar de ser muda y estar impedida de la mano derecha.
La obra presentada por la pionera pintora abstracta Najat Makki, «The Scent of Memories» (El aroma de los recuerdos), evoca la fortaleza de la mujer emiratí y la conexión con sus raíces a través de siete siluetas femeninas monumentales y luminiscentes, plantadas en la arena, donde las luces proyectan un suelo cambiante. La artista invita al visitante a adentrarse en este espacio y a pasearse por él. Su intención es que nos sintamos otra vez como niños jugando en la playa, y nos hace experimentar la desproporción de esas desmesuradas mujeres adultas a nuestro alrededor, logrando con acierto recrear una sensación que todos recordamos, cuando siendo pequeños vivíamos inmersos en un mundo donde todo parecía más grande.
En esto conjuga con la obra presentada por Mohamed Yousef, «I’m still a child» (Aún soy un niño), que también evoca los recuerdos de su infancia en un universo femenino. Incluye una figura de seis metros de alto, alrededor de la cual se congregan otras doce más pequeñas, mujeres en procesión y niñas danzantes, envueltas en tradicionales cesterías de palma, que ilumina por la noche con tecnología led.
Maitha Hamdan ha vuelto a ejercer el arte con otro viaje al pasado, presentando «Afterlife» (Más allá), una obra que está marcada por la influencia de otra mujer, su abuela. Le rinde homenaje con una instalación en la que expone un pañuelo que le tejió mientras ella estaba enferma, con las palabras de amor que bordó en él y los inciensos con los que lo perfumó. Explora así la manera en la que experimentamos el dolor y el sufrimiento de la enfermedad, así como el consuelo que puede proporcionar un objeto entregado por alguien que nos ama.
Por último, la prominente Reem Al Ghaith presenta, bajo el título «Daraweezna» (Nuestras puertas), un conjunto de tres portones metálicos con arco ojival que derivan de las que se encontraban en las casas del antiguo Dubái y que aún pueden verse en algunos pueblos de la península arábica. Decoradas con vivos colores y con motivos geométricos, animalísticos, vegetales o marinos, estas puertas no sólo separaban el mundo público del privado, sino que constituían una marca identitaria de la familia que vivía en su interior.
Cada familia o comunidad se identificaba por los motivos y colores de sus cancelas como si se tratara de su blasón. Reem Al Ghait las ha reproducido a escala monumental y, durante la noche, se iluminan con luces proyectadas que reproducen de manera cambiante el decorado del pasado. Se completan con sonidos que permiten imaginar lo que ocurría tras ellas: la voz de una abuela relatando a sus nietos la historia familiar evoca la importancia de la transmisión oral en los pueblos beduinos. La artista expresa así la dicotomía existente entre la identidad cultural y el progreso, pues estas puertas han desaparecido con el desarrollo y la transformación de la cuidad. Cuando le preguntamos si hay en su expresión un sentimiento nostálgico, la artista afirma que no, y nos comunica el entusiasmo con el que ve el progreso. Su intención es documentar y celebrar estas puertas como un icono de belleza que representan al alma de su ciudad.
El festival de la luz de Dubái toma forma y sentido durante la noche, que es cuando la ciudad se despierta. Dubái vive y rebulla de noche, la luz artificial sucede a la natural tomando notas exacerbadas con el uso de todos los recursos lumínicos que ofrece la tecnología moderna.
Magnífica crónica. No puede haber avance sin tradición. Enhorabuena.
Muy interesante!
Fantástico artículo, muy interesante, desconocía este movimiento de mujeres artistas. Gracias