Presentación del congreso del PSOE Si en un inmenso y hueco paralelepípedo de hormigón se abrieran de improviso, y desde dentro, cuatro o cinco ventanas; si permanecieran visibles durante algunos días y permitieran entrever en la penumbra de su interior los movimientos de quienes allí se alojan, ¿convertiría eso el bloque en la vivienda de quienes lo contemplan desde fuera? Los congresos, que el PP ha celebrado y el PSOE va a celebrar, como los del resto de partidos, son esas ventanas. Escaparates de tiendas sin puerta de acceso.   Sin embargo, millones de personas llaman hogar a esa construcción. La fuerza del cambio que guiará el congreso socialista tiene razón de ser; los jefes del partido saben bien que la existencia del cambio es muy difícil de defender filosóficamente y que su fuerza reside en la machacona persistencia de su intuición. Ahora bien, cuando esa intuición responde al transcurso de aquello que no está en nuestra mano alterar, quizá tenga el valor de lo que llamamos sabiduría; pero cuando es una imposición devenida en ley natural por el hábito, hablamos de servilismo.   Por eso el modelo que Macpherson denominó "elitista pluralista de equilibrio", lo más parecido a la partidocracia que observó, en realidad debería ser considerado "servilista". Consideraba elitismo a grupos de dirigentes que se escogen a sí mismos; pero esa definición es propia de un modelo clasista o de castas. La partidocracia no mantiene ciertas personas en el poder, sino que aleja a la inmensa mayoría de él. El elitismo tiene su origen en la sociedad civil, mientras que el servilismo es la prolongación del Estado en ella. El edificio del que hablamos no es un sancta sanctorum o una ciudad prohibida de la política, es una cárcel peculiar: los reclusos son quienes no han ingresado en ella. Los ciudadanos españoles han quedado convertidos en metecos.   La sociedad política no puede ser acotada, ubicada o reglada en sí misma; precisamente el Estado se constituye para que la actividad de los que quieren dedicar parte de su vida al poder que los somete, no se vea restringida. La constitución del Estado es la garantía de existencia de la sociedad política, su prolongación institucional. La garantía de que esa sociedad política no pierde el vínculo natural con la sociedad en general para, traicionándola, estatalizarse. Los asombrosamente vacuos congresos de los partidos, son la exhibición de todo lo contrario.

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