El 13 de marzo se cumplen dos años que asumió como Papa Francisco el cura argentino Mario Bergoglio y desde entonces se han multiplicado las interpretaciones de sus actos, dichos, escritos y declaraciones por parte de muchos de nosotros: los argentinos.
En general podemos afirmar que un 95% de nuestras interpretaciones están marcadas por el grave error de interpretarlo a partir de lo que sucede en nuestra política interior. Hablando en criollo lo interpretamos mirándonos el ombligo. Es a partir de nosotros y de nuestros intereses políticos personales que lo interpretamos.
En primer lugar se destacan las versiones de los obispos y curas en general, que ven en Él un administrador. Luego la visión de los tercermundistas que lo exaltan como el revolucionario que no pudo ser en su tiempo de cura, pero si como Papa.
En tercer lugar la de los hebreos, al estilo de los Leuco, que destacan en Él todo aquello que debilita a la Iglesia: quién soy yo para juzgar a los gays, y rechazan las afirmaciones papales que la fortalecen, como: el aborto es un mal absoluto.
Luego están los sociólogos y politólogos al uso nostro, que tanto ven un estratega genial como un aprendiz de brujo, según el tema o asunto del que se ocupa.
En cuanto a los laicos católicos, los conservadores lo ven con malos ojos, los progresistas ponen en duda muchas de sus opiniones y los tradicionalistas, guardan un prudente silencio, desensillando hasta que aclare. ¡Vaya un ejemplo para las tres corrientes!, cuando el Papa llamó al tañido de campanas en Argentina no sonó ninguna.
Por su parte, los políticos de diferentes sectores, todos, han buscado una foto con Él, un rosario, un libro, una carta, un gesto. Se suben a la figura del Papa para elevar su estatura moral. Y los peronistas, que no son ni buenos ni malos sino incorregibles, no se quedan atrás y lo proclaman como tal.
Pero, el Papa qué hace?. Por el mundo, como boliviano perdido, busca la paz. Por la Argentina, como un gran hermano, quiere estar enterado de todo. Y por la Iglesia, lograr una administración austera y confiable.
Lo que este Papa no puede hacer, pues nadie puede dar lo que no tiene, es recuperar la sacralidad de la Iglesia. Lo sagrado se le escapa como agua entre los dedos. Y esta es nuestra interpretación.
Pos scriptum: sobre ortodoxos y judíos
El Papa se reunió hace pocos días en el aeropuerto de La Habana con el patriarca Cirilo de Rusia para tratar, básicamente, una política común en defensa de los cristianos de Oriente Medio y África, que están siendo perseguidos y asesinados por doquier. Los últimos datos nos hablan de la muerte de más de 200.000 cristianos a manos del fundamentalismo musulmán.
Esta entrevista se suma a la que tuvo con el patriarca Bartolomé de Constantinopla y la que tuvo hace unos días con el patriarca de Etiopía, Abuna Matthias.
Todo ello dirigido a conformar una masa crítica cristiana que ponga coto a las matanzas indiscriminadas de cristianos.
El Papa sabe que al no existir ningún estado en el mundo confesionalmente católico tiene que recurrir a la buena disposición ortodoxa, que al menos cuenta con uno: Rusia.
Para hacer este movimiento con cierta eficacia tuvo primero que sacarse de encima la conflictividad latente entre Iglesia y sinagoga, para así poder presentar a la Iglesia católica como la representante de todo Occidente. Pues es un secreto a voces que la judería internacional maneja todos los resortes financieros, culturales y políticos de casi todo el Occidente.
Este conflicto tenía su expresión más significativa en el rezo del Viernes Santo por lo conversión de los pérfidos judíos. Y eso lo eliminó de lleno el Papa el 15/12/15 cuando afirmó en un documento pontificio que: “La Iglesia católica no conduce ni anima ninguna misión institucional dirigida específicamente a la conversión de los hebreos”. Lo que le valió respuestas como la de Pinchus Feinstein de USA, quien se convirtió al catolicismo en 1958, y ahora se siente estafado porque para los judíos eso ya no es necesario.
Todo este embrollo tiene una explicación teológica que está paradójicamente en el autor más leído por Francisco, el teólogo Leonardo Castellani cuando hablando de los fariseos afirma: El fariseísmo es esencia de orgullo, de envidia y de hipocresía…es mejor el pecador que peca que el que no peca…si soy cristiano y no estoy con Cristo, estoy contra Cristo. Pero si no soy cristiano y estoy contra Cristo, estoy con Cristo [1].
En una palabra, hay que dejar que el fariseo peque y no que se mantenga en el simulacro del no pecador. Es la forma de eliminar el fariseísmo judaico. Eso sí, al cristiano hay que exigirle que se porte como cristiano, que intente no pecar, mientras que a los no cristianos hay que tenerles gran consideración, pues en definitiva, el peso de sus pecados frente a la autoexigencia y benignidad cristiana, provocará de suyo la conversión.
Hemos intentado, buenamente, mostrar el cambio de método, que ya había empezado en la Iglesia allá por el año 1958 con Juan XXIII y que concluyó con Francisco I, en orden a conversión de los judíos. Como se dice en derecho, la carga de la prueba les corresponde ahora a ellos.
[1] Castellani, Leonardo: El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, Buenos Aires, 1957, p.179