El viejo prejuicio eclesial que llamó prudencia al hábito de esconder las miserias del padre espiritual enfrentó a los hijos de Noé. Y puede estar en el origen de una mentalidad que con tanta naturalidad como cinismo prefiere tapar los abusos cometidos por algunos de los egregios árboles podridos de la iglesia.
El padre Noé decidió emborracharse sin pudor y quedar desnudo delante de todos. Uno de los hijos, Cam, de quien la exégesis bíblica ha dicho ser el padre de la raza camita, los actuales africanos, salió corriendo a contar la ignominia del padre ebrio. Los otros dos hijos, Sem y Jafet, decidieron tapar el cuerpo desnudo, entrando de espalda, con piedad hacia el exceso. Convenía que no se supiera. Y esa práctica, heredada con fuerza por las congregaciones religiosas, ha alejado la dignidad y el respeto por las víctimas del seno eclesial.
Si los 3 hijos de Noé han querido simbolizar la división tripartita de la sociedad, cabría decir que Cam, el hijo digno, representaría el tercio laocrático que prefiere la verdad a la prudencia porque sabe que sin verdad no hay dignidad que valga su nombre.
Solo la doctrina de los parámetros del dolor y de la pena que a través de Stuart Mill entraron en la práctica judicial anglosajona sobre indemnizaciones por daños morales, ha podido hacer volver a la Iglesia al redil del sentido común. Solo cuando las archidiócesis norteamericanas tuvieron que enfrentar condenas de reparación altísimas, pusieron orden en casa. Solo cuando los hijos de Maciel (de su carne) pidieron dinero para comprar el silencio de sus hermanastros espirituales, los legionarios dijeron basta. Solo cuando ya no pudieron seguir tapando al padre borracho.
No hay caridad en la ocultación de la verdad. Hasta la prudencia entendida como silencio al exceso del superior acaba convirtiéndose en un pozo pestilente que termina por contaminar todo. Cam lo entendió perfectamente y eligió la libertad de hablar. Sus hermanos, bendecidos por Noé, callaron y son hoy maldecidos por las víctimas de los falsos prudentes.