Con el Estado Liberal se consiguió abolir la censura previa, que tan razonadamente denunció Milton en su Areopagítica, y con el Estado Social y de Derecho vuelve a aparecer pujante en forma de miedo cerval en la cabeza del opinador que siente terror de escribir algo, que aunque tocado de sentido común y coherencia, pueda contrariar en una tilde los dogmas y postulados iluminados de Lo Políticamente Correcto, transfigurado en censor interno en el alma del ciudadano. Aunque en Lo Políticamente Correcto no siempre habite la Verdad – de acuerdo al mecanismo natural de argumentación que tiene el pensante – el opinador suele preferir pensar que él está confundido, que algún paso de su proceso lógico interno es erróneo, o que no ve bien aunque él crea que sí, o que no oye bien aunque el crea que también, a osar pensar que el Sanctum Sanctorum de Lo Políticamente Correcto quizás desbarre y nos lleve al suicido de la propia sociedad occidental. Mejor ser “non compos mentis” que ser desterrado a los infernales espacios exteriores de Lo Políticamente Correcto. Y es que Lo Políticamente Correcto ya actúa como la Verdad revelada de un Todopoderoso.
La libertad de opinión en el viejo Estado liberal se enmarcaba en un contexto de resistencia individual y de afirmación de la dignidad personal dentro de un mercado libre de ideas que ofrecían los demás opinadores. Tan consustancial con el Estado Liberal es la libertad de palabra o de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente, que en la Primera Enmienda de la Constitución Americana – que junto a las siguientes nueve forma el Bill of Rights de 15 de Diciembre de 1791 – queda expresamente prohibido promulgar cualquier ley que límite unos derechos que son el fundamento precisamente y la fuente de donde mana el nuevo régimen. Sin embargo, con el Estado Social y de Derecho el viejo Estado se ha extendido a otras esferas, sus infinitos tentáculos han ocupado tantos servicios, antaño desarrollados por el propio mercado de la sociedad civil, que ha perturbado y distorsionado mortalmente el libre mercado o tráfico de ideas, en donde él mismo, defendiendo los propios intereses de un Estado-Empresario, también concurre, lejos de su liberal neutralidad, con sus ideas, que básicamente configuran Lo Políticamente Correcto. Pero sin neutralidad ideológica del Estado jamás ha existido libertad de opinión. Ya no hay intercambio de ideas y opiniones, sino sólo adoración y comentario de las nuevas verdades reveladas de Lo Políticamente Correcto, una nueva religión sin Dios. Ya no se busca la verdad con el peligrosísimo ejercicio de la libertad de expresión – que supone una libertad de conciencia y, por tanto, la dignidad efectiva de las personas -, sino que interviniendo el Estado Social y de Derecho en su búsqueda todos los demás agentes quedan mudos. Volvemos a ser tiernos niños eternos los ciudadanos, que sólo deben fiarse de su monstruoso papá, y jamás de sus ojos y cabecitas. ¿Para esto el Estado liberal domesticó a la Iglesia? ¿Para que de él saliera otro Estado infinitamente más despótico e ignorante que la vieja Iglesia?
El viejo y entrañable Estado Liberal – que no volverá – exigía pagar impuestos por ejercer la libertad de expresión. Siempre se aprecia lo que se paga. Hoy es gratis porque no vale nada. Eso sí, te dejan desbarrar con la ciencia. Puedes decir que la tierra es plana, o que es hueca y que se entra por un gran agujero en la Antártida o mil gilipolleces más que libremente puedes expresar para entretenimiento del gran público hebetado. Eso sí, ni se te ocurra susurrar una tilde contra los textos sagrados de Lo Políticamente Correcto. Significará tu muerte civil, aquella atimía vergonzosa de los griegos antiguos.
Lo Políticamente Correcto es básicamente un complejo engendro de la socialdemocracia, su versión oficial, reinante en Europa hace cincuenta años. Ello explica que el opinador que se desvía de sus sacrosantos postulados y verdad revelada sea tachado en el momento de fascista, xenófobo, machista, homófobo, nacional-católico, españolazo, medieval o simplemente perturbado. Olvidándose Lo Políticamente Correcto de que todo Programa Político, por bueno que sea, es hijo de su tiempo y de las circunstancias históricas, se impone como verdad eterna, como eviterna religión laical que condena al ostracismo social y político todo desviacionismo, por leve que sea.
El problema estriba también en que Lo Políticamente Correcto, además de acabar implícitamente con la libertad de expresión y quizás también con la de conciencia, no sabe hacer frente a los peligros inminentes que acechan de modo gravísimo a la existencia misma del Mundo Occidental. ¿Cómo frenar el exterminio de cristianos y de musulmanes moderados por los misteriosos cortadores-de-cabezas que aparentemente abrazan de forma salvaje el Islam, cuando muchos de los asesinos han vivido una vida frívola y perdida en Occidente? Lo Políticamente Correcto parece esforzarse más en perseguir sus propios complejos de xenofobia y racismo no superados ( caso de Alemania ) que en enfrentarse con resolución a los que se califican como debeladores de Occidente. Tiene la mala conciencia de los crímenes no debidamente castigados, y busca el perdón ahora de sus propios verdugos. Claro, que la única forma que tiene Occidente para luchar por su identidad es la vuelta a la libertad de expresión sin coacciones. Un Occidente sin libertad tampoco es además Occidente. No se puede vencer a nuestros descerebrados enemigos si no luchamos bajo la bandera de esa vieja libertad que es la nodriza de todas nuestras grandezas y de nuestro espíritu. ¿Quién quiere defender un Occidente que aplasta con ese nuevo credo de Lo Políticamente Correcto cualquier atisbo de vida de libertad? ¿Para qué queremos defender, además, una “cosa” así?