El liberal español (esta pose loca de decirse liberal en la España de Mariano) del siglo XXI es el reaccionario europeo del siglo XIV que hacía objeciones a Marsilio de Padua, inventor de la representación política.
–El cangrejo, señores, no anda para atrás –proclama Camba de codos ante el marisco en la barra de Viña P–; todo el mundo va hacia adelante, no siendo los liberales y los cordeleros.
Nuestros liberales, en efecto, andan en el siglo XIV, con sus tabarrillas y refunfuños contra la democracia, que ellos llaman “populismo”: votante sabio/culto, si vota lo que les gusta, frente a votante necio/paleto, ¡populista!, si vota lo que no les gusta, como el Brexit o Trump. Para ellos, el sufragio universal viene a ser una extravagancia teológica tan ininteligible y tonta como para los romanos fue el mandamiento nuevo de Jesús.
–¿De dónde se sigue que el parecer de pocos, o de una parte, sea mejor que el parecer de toda la multitud de la que los pocos son una parte? –pregunta el gran Marsilio, monje gibelino (partidario del emperador) de la ciudad güelfa (partidaria del Papa) de Padua en su “Defensor Pacis”, concebido para “biblia” política del pueblo como totalidad (“universitas”), eso que hoy no entienden los señoritos de pan pringao que soplan la siringa liberal en las tertulias.
La democracia (fuerza del pueblo) no es una religión, sino un reglamento (el de la libertad política) para un juego de mayorías que mide cantidades, no calidades. Pero la sopa socialdemócrata (democracia social, participativa, líquida, sentimental) embota las cabezas hasta el punto de que democracia es ya igual a subversión: los fiscales de Cifuentes y los guardias de Carmena inmovilizarían (¡el cepo!) sin pestañear a Marsilio como inventor de la representación política; a Montesquieu como inventor de la separación de poderes; y a los padres fundadores de América que, con una cosa y otra, inventaron la democracia representativa.
Liberalia que es España.