En la cultura política española a la democracia se la conoce como “populismo”.
Históricamente, la democracia, fruto de una conjunción astral que no ha vuelto a darse, fue un fogonazo de la ilustración escocesa en América, que alumbró el más elevado sistema de gobierno conocido (el único que garantiza la libertad política), aunque doscientos cincuenta años después ya sólo lo defiendan los republicanos, pues los liberales hace tiempo que se pasaron, es cierto que de boquilla, al tabarrón ideológico de la igualdad. Allí se pelea ahora por el artículo quinto de la Constitución, entre el gobierno federal y los gobiernos estatales, que plantean una Convención, pero el periodismo español prefiere divertir al lector con el cuento de Trump pasándole a Lavrov la papelina con el pin del arsenal nuclear americano como regalo de cumpleaños para Putin, y eso en los ratos libres que deja a los servicios de propaganda el tabarrón Susana-Perico-Pachi, versión setentayochista del trío de la bencina Prieto-Largo-Besteiro.
Si la ley de hierro de la oligarquía (formulada hace cien años por Robert Michels, previo estudio de los partidos socialistas) no ha sido refutada, o gana Susana Díaz, o el Psoe es otro muerto.
–Soy socialista antes que marxista –fue la cantinflez de González, jefe del Clan de la Tortilla, para ganarse en el 79 la nominación ante Gómez Llorente, que iba de Pachi, y Pablo Castellano.
Igual que en los ritos que Frazer describe en “La rama dorada”, el partido investirá a su lideresa, esa frau Merkel de Triana, con la momia de Franco, que, de momento, podría sentarse por ella en el escaño, quién sabe si yendo y viniendo de mano en mano, como el niño de la Bescansa, ante la indiferencia abstencionaria de Mariano, quien recordará el caso del gallego que murió con un cupón de la Once premiado en el pueblo de Valle-Inclán, y cuya exhumación iba a votarse cuando llegó la noticia de que el dinero acababa de ser abonado.
–Be water, my friend.