Se frotan dos maderas y nace un dios danzante: así fue el origen del fuego.
En España se frotan dos leños y nace un ilustrado que escribe “dios” con minúscula o fantasea con pegar fuego a la iglesia: la performance pornográfica de Rita Maestre en una capilla de la Complutense o el tuit de Izquierda Unida con su Nochebuena a la llama.
–¡El fuego! –contestó famosamente Cocteau a la pregunta de qué salvaría en un incendio de las mejores obras de arte.
En la España populista, la muerte del fuego presagiaría, según Foxá, el ocaso de la familia (alrededor de la chimenea de Navidad). Pero en la España ilustrada presagiaría el ocaso de la revolución entrevista por Azaña en las noches de la Granja del Henar.
–La manifestación revolucionaria que avanzaba por Recoletos con el sano propósito de quemar el ABC se había formado con elementos del Café de la Granja, y había tanto pequeño literato en ella que yo tuve la sospecha de que todos aquellos energúmenos eran gentes que no habían podido colaborar en ABC y habían decidido quemar aquella casa que no pudieran antes asaltar con sus gerundios.
Eso contaba Ruano en “Informaciones” en abril del 32. Un año antes había reporteado para el “Heraldo”, con inusitado fervorín republicano, el incendio del convento de Maravillas: “He aquí un capítulo importante: la destrucción que los mismos religiosos han hecho de sus conventos. No se nos olvide. Serenidad ahora. Que la generosidad y la paz de la República esté con todos”.
–La vida de un republicano vale más que todos los conventos de Madrid –tenía dicho el Ilustrado de Alcalá.
En marzo del 36, Alcalá Zamora anota en su diario: “La iglesia de los Jerónimos, que tanto significa en Madrid, se vio en peligro de incendio, acudiendo para protegerla por decoro vecinos del templo, algunos nada devotos. Tuvieron la candidez de avisar a la Dirección de Seguridad, y ésta envió guardias para prenderlos e imponerles multas de mil pesetas cada uno”.
Por el humo, al fuego.