La oposición electoral, representada por la MUD, fracasó en su intento de derrocar a la dictadura por la vía del voto. La MUD es la heredera política de esa oposición ambigua de 1999 y la Coordinadora Democrática, que a lo largo de dieciocho años han sido constantes en participar en elecciones, legitimando al régimen.
La rendición de esta dirigencia opositora ha sido un largo proceso que comenzó con la aceptación de la Constitución de 1999 y todas sus consecuencias. Al lograr reconocimiento a su Constitución por parte de esa oposición, Chávez aseguraba no solo que participara en todos los procesos electorales, sino además el compromiso de aceptar los resultados buenos y malos de los mismos.
Peleando dentro de las reglas del estado chavista no ha sido ni será posible lograr resultados distintos de los ya conocidos. Y es que esa fue la victoria política más importante que Chávez haya logrado en vida: que sus adversarios acepten las reglas de juego de un modelo que no les favorece; pero que, de alguna forma, mantiene viva la ilusión de algún día poder ganar. Es una fórmula muy usada en los regímenes totalitarios de izquierda, que al igual que la dictadura chavista, se ufanan de hacer elecciones todos los años.
Aceptar participar política y electoralmente en este sistema viciado, sin ni siquiera intentar cambiarlo, es el equivalente a una rendición. Así, Chávez ganaba esa guerra “justamente” antes de que iniciara.
La oposición electoral ha hecho todo lo que en democracia hay que hacer para ganar. Hasta ha logrado los votos. Pero no gana, ni ganará jamás. No es posible, porque el mecanismo de fraude está en revisión y actualización permanente para afinar nuevas y más sofisticadas formas, con el fin de que una minoría gane elecciones en condiciones aparentemente legales y técnicamente inapelables.
Incapaces de articular una política de oposición para derrocar a la dictadura, los partidos de la MUD —principalmente Acción Democrática, Primero Justicia, Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo— optaron por acoplarse a este nuevo modus vivendi, con la esperanza de que el gobierno cumpla con las adjudicaciones prometidas como pago a su participación electoral.
En otras palabras, la oposición electoral apostó a que el régimen cumpliera lo prometido en las negociaciones.
Deliberadamente, esta oposición electoral decidió ignorar que el gobierno ha venido ejecutando sistemáticamente un plan para no entregar más nunca el poder por la vía democrática. Formas totalitarias como el estado comunal, contenidas en el plan de la patria de Chávez, no son consignas o amenazas; son políticas que están en pleno proceso de ejecución y que la oposición electoral nunca tomó en serio.
Habiendo perdido la confianza de su base, por su ya legendaria incoherencia, lo único que le queda a los partidos de la MUD es asegurar su supervivencia clientelar, y esperar a que un hecho sobrevenido los ponga automáticamente en el poder.
En un país donde no es fácil conseguir dinero para hacer política, estos partidos se ven obligados a sostener la cohabitación con el régimen. Esto implica esperar pacientemente por la adjudicación directa de cargos en la estructura del estado chavista con posterior rito de humillación, tal como ocurrió con los cuatro gobernadores; y ocurrirá con un grupo de alcaldes opositores que seguramente serán designados “electoreramente” por el régimen.
Una oposición que se rindió ante los pies de Chávez desde hace dieciocho años y que hoy da la vida por cohabitar con el régimen madurista, jamás podrá ser alternativa democrática frente a la dictadura.