Una cosa es la falta de representación, que a la gente, por las colas de votar, le gusta, y otra, la mofa de la representación que propone Pablo Casado con una reforma electoral para establecer, no el sistema mayoritario y que los electores decidan, sino una prima de cincuenta diputados para el partido ganador. Esto, en pura democracia orgánica, se llama… ¡los 50 de Ayete!
En el antiguo Consejo Nacional del Movimiento, o Senado del franquismo, el general designaba cuarenta consejeros: acostumbraba hacerlo en los veraneos de San Sebastián, y se los conocía como “los 40 de Ayete”.
¿Por qué 50 y no 176 y nos dejamos de tonterías? Porque lo prohíbe la Constitución, y ésa debe de ser la única prohibición constitucional que los jefes, en aras de la estabilidad, aceptarían respetar. Los Caballeros de la Prima de Casado, Atlantes de la Estabilidad, se sentarían en lo alto, como se sientan en el monte sagrado de Bohemia los caballeros de barba y bastón de San Wenceslao, prestos a defender al pueblo cuando los necesita.
En América, cuando lo nuestro, Bolívar presumía de haber encontrado un cuarto poder, el “poder electoral”, superando así a los Estados Unidos, que sólo tenían los dos y medio de Hamilton (legislativo, ejecutivo y el “presque nulle” judicial). ¿La Prima de Casado? Aquí, en 1907, Maura, para combatir (?) el caciquismo, se sacó del bolsillo el voto obligatorio (¡un derecho político convertido en un deber cívico!) y la Prima del 29, artículo por el que eran electos, sin votación, los candidatos únicos.
–Mi Prima es la de Grecia –arguye Casado, con guiño de ojo que significa “la cuna de la democracia”.
La Grecia de Tsipras, claro, cuya Prima no viene de Pericles, sino del “mariconazo” (así lo llama Miguel Hernández) de Mussolini y su ley Acerbo, una triquiñuela fascista para asignar dos tercios de los escaños al partido con un cuarto de los votos. Renzi, otro guapo, lo rebautizó “Italicum” o Mayoría Reforzada, hizo plebiscito… y lo perdió. ¡En Italia!