En vez de con estoica sabiduría cerrarnos en lo propio, se nos suscita el interés por la cosa pública, por esa extraña pulsión que nos lleva (imprudentemente) por el interés común. Aquí nos engulle un océano inaprensible de discursos, donde toda inteligibilidad se disuelve en una galerna de palabras.
Allá unos reducen la política a la ética, moralizándolo todo, reduciendo la vida común a la antropología, cayendo en el hechizo del esteticismo. Otros, separan política y ética hasta el punto de no ver más que finanzas de poder, crato-cinismo, «realismo» político. Unos consumirán una mal llamada «filosofía política» como imaginación sin fundamento, una especie de «literatura» política, tan útil para entretener ciertos intelectos como para afianzar neutras y asépticas carreras académicas. Estudiarán el concepto de paloma en Kant o la idea de soberanía en Jefferson. Otros, aparentemente más realistas, aplicarán retazos mal entendidos de estadística al voto cruzado con la clase o el estatus social y añadirán algún intento ad hoc de clasificación de discursos políticos, ideologías o instituciones. Eso les permitirá llamar a su telaraña: ciencia política.
Unos, en medio de una confusión de metodologías, terminologías, taxonomías y modas académicas de incierto fundamento, acabarán por explicar lo que puedan como puedan, confirmando el nulo prestigio de los estudios sobre la política. Otros simplemente se plegarán a convertir su docencia en una extensión magnética del poder. Usarán el vestido de la ciencia, la lencería del aula universitaria y el corsé de sus artículos para vestir la prostitución del poder con el empaque del doctor y el perfume del pieichdí (Ph.D.).
Y en medio de esta falsa contraposición de lo mismo por falta de fundamento real, en medio de este zaquizamí mental, surgió D. Dalmacio, el maestro Dalmacio a partir de ahora, porque ahora sólo le va a incomodar dicho tratamiento en el Cielo. ¿Qué hace Dalmacio Negro para aproximarnos a la realidad escurridiza y ofídica de la política? Nos ofrece conceptos, pero no imaginados en el aire de la arbitraria especulación, como hacen los «filósofos políticos» profesionales, de los que abjuraba Hannah Arendt. Nos ofrece ciencia, saber riguroso, pero no la pseudociencia de cuya completa irrelevancia huía Giovanni Sartori. Dalmacio Negro ofrece una tercera vía entre el puro concepto sin res y la pura empiria sin forma. In politicis, la verdad es histórica, es real porque existió, porque así se forjó. Porque es imposible comprender la política en sí sin entender su realidad que es histórica. La política no es física o matemática, la política es historia. Análogamente a la salvación en Cristo, que es historia de la salvación. Hasta tal punto que un chino que se convierta al cristianismo debe de conocer la historia de Israel y comprender su existencia a la luz de Abrahán, Moisés, David y María (junto con una banda de pescadores judíos). Así la política, y más desde que el cristianismo se hizo historia, sólo puede entenderse desde esa misma historia. Es inútil hacer filosofía política si no se entiende qué significan realmente Estado, soberanía, politización/secularización, imperio, Parlamento, nación histórica y nación política o forma política distinta de régimen. Y eso no depende de una especulación imaginada sino de conocer con exactitud la historia de las ideas que las explican. Más inútil es, si cabe, hacer ciencia política si no se tiene un arsenal conceptual basado en la realidad existente, la histórica, y simplemente se usan los conceptos políticos como un periodista hablaría de democracia, legitimidad o poder.
Don Dalmacio nos ofrecía en el aula primero y en el seminario semanal después, el destilado conceptual de la historia de las ideas políticas. Pero no uno centrado en meras especulaciones sin fundamento, sino en lo que éstas tenían de cristalización de la realidad del mundo. No nos ofrecía una verdad ontológica ahistórica, ni tampoco una serie de posiciones subjetivas de carácter partidista o apegadas a la actualidad. Nos ofrecía una verdad histórica, unas verdades que, sin ser eternas, una vez que existen en la historia de la libertad humana, empiezan a ser. Comprenderlas desde el presente significa comprender cómo fueron y qué significaron y simultáneamente comprender nuestra época presente, nuestra situación política a la luz de aquellas categorías. Y es que es imposible hacer historia de las ideas sin iluminar el presente. Por ejemplo, comprender que ahora vivimos en una lucha espiritual de legitimidades religiosas, donde frente a la cristiandad se yergue no una sociedad liberal, neutra y que permite elegir al individuo sino una religión alternativa que pretende construir religiosamente un orden meramente humano y secular. Comprender tal situación es comprender simultáneamente que el proceso moderno de secularización es en realidad un proceso de politización lleno de mitos, plagado de guerras de religión: desde la revolución protestante hasta las guerras mundiales y el manifest destiny de la política exterior estadounidense.
Don Dalmacio quedaba así vacunado contra el modo de pensar ideológico. Cierto tradicionalismo o conservadurismo ontologiza ciertas concepciones políticas, midiendo la historia desde una medida ahistórica (algo así como juzgar a Mozart con el canto gregoriano) mientras que el liberalismo anglosajón se desentiende —con temor y temblor— de todo lo común y colectivo, de toda realidad conceptual, midiéndolo todo por el individuo (inexistente, ahistórico, irreal) del homo aeconomicus y abrazando un nominalismo resultante, a falta de algo mejor. Ninguna de estas Escilas o Caribdis han hecho naufragar el pensar histórico (real) de D. Dalmacio. Y, por tanto, asistir a sus clases o leer sus escritos, equivale a sumergirse en una monumental catedral conceptual que requiere del oyente aumentar a cada frase, a cada línea, su acervo cultural. Recuerdo comenzar a leer en segundo curso de la licenciatura en ciencias políticas, el año en que tuve la lotería providencial de tenerlo como profesor de Teorías y Formas políticas II, su discurso de ingreso en la Real Academia La tradición liberal y el Estado poniéndome como objetivo diario leer cinco páginas. Solía tardar entre una hora y media y dos horas en leerlas, por supuesto sin comprenderlas totalmente en aquel momento. Y es que al conocimiento de la historia y de la realidad política, por su dimensión permeadora de todo («la política es la piel de todo» gustaba de citar de Ortega) no se puede aprehender linealmente, cartesianamente. Hacer propia la historia política y utilizarla como instrumental conceptual del presente significa elevar el nivel personal propio hasta el mismo nivel de esa realidad política. Por tanto, significa nada más y nada menos que recibir en uno mismo la tradición política grecorromana, cristiana, moderna protestante e hispánica: absténganse quienes no quieran crecer personal e intelectualmente.
Muchísimos más aspectos se pueden y deben destacar del maestro, pero habiendo tantos, quizá convenía destacar este punto metodológico o, si se quiere, de epistemología política. Esta perspectiva tiene antecedentes, seguramente en su insigne maestro Luis Díez del Corral, pero cada vez resulta más claro que el maestro Dalmacio la abraza con toda decisión y revelando todo su potencial explicativo. Si se me permite el órdago, diría que Dalmacio Negro es el Copérnico del pensamiento político, y todavía estamos digiriendo que el saber sobre la política no gravita alrededor del poder establecido (con sus diversas ideologías), sino al revés: que podemos ser clarividentes con los planetas del poder y la política presente sólo si aprehendemos antes el saber histórico sobre la política, verdadero sol al centro del conocer político.
Saber histórico sobre la política que es la condición sine qua non para recuperar España, para acabar con la «revolución de los estúpidos» (vid. D. Negro, Razón Española, n. 232, julio-agosto 2022) reinante en el Régimen del 78. Y es que, como apostilla oportunamente Irene González, en un artículo que el maestro Dalmacio mandó repartir en una de sus conferencias: «En España no hay democracia, ni Estado de derecho, ni separación de poderes, sino un sistema de poder corrupto en manos principalmente del PSOE que identifica plenamente el partido con el sistema, con el Estado» (I. González, Voz Pópuli, 8-11-23). Es imposible ver el trampantojo de la situación política actual sin la vista entrenada en la verdad histórica de España.
Los demás, en el fondo sólo aspiran a formar parte del espejismo, de la matrix que está destruyendo a la nación. Los cipayos intelectuales creen que, mirando al poder actual, religándose a él, lo sobrevuelan como águilas del pensamiento cuando en realidad no son sino moscas destinadas a quedar atrapadas en la telaraña del poder presente: Disfrutad vuestro primer palco en la telaraña rodeados de semejantes. Por el contrario, la comprensión de la verdad histórica concreta, de esta tradición cristiana, produce claridades no sólo para el estudio del pasado sino para ser libres, personal y colectivamente, en el presente. La falta de reconocimiento por parte de esta sociedad cortesana, cratolátrica, es una laureada intelectual que el maestro Dalmacio se llevó como mérito. Ahora bien, quien se atreva a afrontar la exigencia y el reto del saber político de D. Dalmacio podrá degustarlo y disfrutarlo como la libación más destilada de cuanto se pudo hacer en política en los últimos 150 años hispanos. El maestro Dalmacio nos descubre la necesidad histórica y a su vez, su propia persona y obra, surge de una necesidad histórica: recuperar la libertad de España y de la cristiandad. Su labor intelectual entregada y constante en un rinconcito de una buhardilla, tan humilde como el despacho de Felipe II, nos debe ofrendar las armas literarias que revolucionen primero las mentes y luego la vida política existente. Armas literarias que, como sostenía don Quijote, son superiores a las letras de los mantenidos por el sistema depredador (Quijote, I, XXXVIII, «todos tienen en qué entretenerse»).
Fallecido el maestro, injustamente, el pasado 23 de diciembre, con las muletas-adargas en ristre, queda vivir del agradecimiento por sus fecundos 93 años. Gracias doloridas enviamos, desde el barro de la Historia a las mansiones de la eternidad, de donde confiamos seguir recibiendo el afecto cordial, la verdadera sabiduría y una revolución en las cabezas hispanas por mor del maestro: D. Dalmacio.