Primero es la Nación, y luego viene el Estado, que personifica a la Nación (tiene personalidad jurídica, y la Nación no), titular de la soberanía. De acuerdo, todo esto es literatura, pero no la ha escrito uno: lo hicieron los revolucionarios de 1789, a los que ni un solo político “macronaire” ha leído, enredados en “la ética kantiana de Platón“, ese hallazgo (me entero por Rosa Belmonte) de Verónica Fumanal, la Pigmaliona de Rivera, un kantiano sin calcetines, y Sánchez, un Benito Cereno en manos de sus “negros”.
–La soberanía es una, indivisible, inalienable e imprescriptible –decretó aquella buena gente–. La soberanía pertenece a la Nación.
La Nación es el peso de nuestros muertos (“la nación está formada más de muertos que de vivos”, dirá León Duguit), pero los viajantes del macronismo andan por ahí diciendo que el peso que importa es el de los covachuelistas del Estado. ¡Son los nuevos germanófilos! Germanófilos de coche y lavadora, claro. Pero germanófilos. Otra vez. Como los falangistas, cuya germanofilia mental les vino de frecuentar a Ortega, su maestro. Y como el españolejo de toda la vida, germanófilo, decía Pemán, “por machismo y chulería”.
–Der Staat ist Macht –dijo Heinrich von Treitschke, un politólogo, como la Fumanal.
–Der Staat ist Macht –repiten ahora los Rivera, los Conthe y los Valls, deslumbrados por las ínclitas razas ubérrimas (“der Staat!”) de frau Merkel.
Otros juristas (Jellineck, Laband) hicieron el resto: fuera la Nación, la soberanía pertenece al Estado. Y se fueron a “la guerra fresca y alegre” ordenada por el Estado-Poder alemán. Porque la del 14 no fue una guerra de las Naciones; fue la guerra a los Estados-Nación de los Estados-Poder, que, gracias a los anglosajones (nacionalistas, pero antiestatistas), resultaron derrotados. Todo el mundo daba estos hechos por sentados, hasta que la Fumanal explicó el juicio al golpismo catalán con “la ética kantiana de Platón”, que tantas puertas abre. Incluso a Junqueras.