La semana pasada Fernando Mires publicó el artículo “La miseria del abstencionismo venezolano”, en el cual ataca a la abstención como forma de lucha en Venezuela y, por supuesto, favorece la tesis colaboracionista de votar bajo la tiranía.
En el desarrollo de su artículo, Mires hace importantes concesiones para intentar validar, de alguna forma, su argumento central. La tesis que defiende Mires hay que cuestionarla y refutarla porque es la síntesis de alegatos que en los últimos diecinueve años ha esgrimido cierta elite intelectual, arrendada a una clase política incapaz de caracterizar correctamente al régimen y mucho más incapaz aún de luchar para derrocarlo.
Refiriéndose a elecciones democráticas recientemente celebradas en varios países, Mires dice que “en situaciones de débil polarización la abstención aumenta y en situaciones de fuerte polarización (cuando las opciones no dejan lugar a ningún tercero) la abstención disminuye”.
Seguidamente se queja de que Venezuela es la excepción a esa regla porque aunque la polarización es extrema, la abstención es tan decisiva que Mires no duda en calificarla de “militante”. Según Mires, esta abstención afectaría el resultado de un proceso electoral donde “se juega el destino de una nación”.
El argumento de Mires tendría fundamento si en Venezuela hubiese elecciones libres. Si los ciudadanos pudiesen votar libre y democráticamente como en los procesos electorales europeos que el propio Mires refiere. Pero ese no es el caso. Desde 1999 el estado chavista ha usado sus estructuras para destruir todas las garantías políticas y fabricarse resultados electorales a su medida. El hecho de que la oposición haya participado y en algunos casos se le hayan hecho algunas concesiones electorales, no le otorga automáticamente a esa farsa la categoría de elección, y menos aún la convierte en democrática.
He aquí la primera diferencia fundamental con Mires. Parte del supuesto negado por la realidad de que en Venezuela hay elecciones. Nosotros decimos que esto es un fraude electoral continuado desde 1999, donde el régimen se adjudica un resultado que siempre le favorece. ¿Qué incidencia electoral podría tener la abstención cuando ni siquiera hay la certeza de que los votos efectivamente alguna vez se hayan contado?
La tesis de Mires sugiere que el 20 de mayo podría ser la última coyuntura electoral, y por esa razón hay que ir a votar. Es lo mismo que nos han dicho en todas las elecciones. Mires ignora a propósito que votar tal como él lo pide es exactamente lo que los venezolanos hemos hecho desde 1999 atendiendo los llamados de la oposición electoral. La vía electoral que defiende Mires es justamente la que ha fracasado en estos diecinueve años, porque insiste en confrontar al régimen dentro de las convenientes condiciones que él mismo se ha procurado. Podemos seguir votando veinte años más, como dice Mires, y los resultados serán idénticos.
Fernando Mires en su artículo habla de una presunta “sincronía objetiva entre el abstencionismo y el régimen”. Y agrega que la abstención “es y ha sido la razón principal de la larga existencia del chavismo”. Mires no aporta un argumento para sostener esta afirmación. Da por hecho que todas las elecciones desde 1999 han sido libres, justas y quizá hasta confiables; y que si los opositores hubiesen votado ya el chavismo habría salido del poder. Esta simplificación ignora deliberadamente todas las manipulaciones del régimen para escamotear cualquier elección y la ausencia total de garantías para votar. Eso para Mires no existe.
En realidad, lo que hace Fernando Mires es justificar una clase política de la cual él, como intelectual, es un subalterno porque intelectualmente trabaja para ellos.
Precisamente gracias a esa clase política que Mires defiende es que se puede explicar que el chavismo se haya mantenido en el poder por casi veinte años. Esos partidos que, según Mires, lo único que saben hacer es ir a elecciones, han fracasado desde 1999 en caracterizar al régimen como una tiranía y, consecuentemente, en proponer una vía de lucha política para derrocarlo. Su empeño en ir a elecciones a sabiendas del fraude es justamente lo que ha sostenido al régimen y, lo más grave, es la política que ha inmovilizado la lucha en la calle, alimentando la ilusión vana de un cambio democrático que se diluye en el tiempo y la desesperanza.
Lo que Mires denuncia como abstención militante se ha convertido, en efecto, en una tendencia potente, beligerante y dominante en la sociedad venezolana. No se trata de un reducido grupo de tuiteros, sino de millones de venezolanos cansados de la tiranía y decepcionados de la oposición electoral por su incapacidad para articular la lucha política. La fuerza del movimiento abstencionario ha obligado a la MUD a claudicar en su vía electoral, al menos públicamente, dejándola sin tesis y sin propuestas tal como admite Fernando Mires en su artículo. Esto refleja la pobreza de una estrategia que conscientemente desde el principio ha buscado cohabitar y colaborar con el régimen en vez de luchar contra él. Es la miseria del colaboracionismo.