Convertida en paradigma político la mentira no es un sustituto de la violencia, como mantiene Arendt, ni el contrario metafísico de la verdad, como tantos pensadores creen, ni la necesaria mímesis de la metapolítica, como temen los conspiranoicos, sino, más generalmente, un sustituto de la República, de la Política y de la acción humana, o, lo que es lo mismo, un soslayar el camino natural de la libertad. La acción que no es trascendida de verdad conduce al fracaso, la frustración y la quietud; es decir, en términos políticos, a la servidumbre. Una vez asentado en la mentalidad el paradigma nocivo, la inacción pública implícita en él se convierte en algo que inconscientemente se desea conservar a través de la acción brillantemente privada y, en muchos casos, egotista. Por ese motivo la mentira no es sólo cuestión de quienes mandan, sino de aquellos que obedecen. Establecida como rutina mental de obediencia, la mentira no encubre al poder sino a quienes son gobernados. Arbuthnot y Swift, jocosa y profundamente, caracterizaban la democracia (británica) como aquel sistema en el cual también el pueblo puede mentir. De la misma manera que la verdad la trasciende (a la acción pública), la mentira la cisciende, es decir, la deja en el lado de acá de la realización. A día de hoy el bienestante ciudadano occidental, que tanto viaja empujado por la moda, lleva generaciones a la espera de salir de viaje hacia la verdad.   Según Condorcet, “la ebriedad es menos grave que la superstición”. En cualquier caso, el paradigma falsario aplicado a la política es superstición. Sirva como ejmplo el humanismo extrañamente llamado “antiglobalizador”, entendido como acción restringida a la satisfacción de los apetitos egoístas (la llamada “libertad individual”) adornados de caridad planetaria (igualitarismo), que es una forma de superstición purificadora. Superstición porque despliega la intención de actuar sobre un reino que no es de este mundo; purificación porque alivia el dolor de no poder actuar libremente dentro de la propia sociedad. El egoísmo autóctono y la solidaridad alóctona delimitan la patria de los siervos.   Durante estos días hemos visto cómo el señor Rajoy se sumaba al creciente abucheo dirigido hacia las últimas medidas económicas planteadas por nuestro sonado gobierno. La justificación que ha dado el jefe de la oposición, a saber, que el recorte de las pensiones es inadmisible, ha sido suficiente para que los forjadores de opinión confíen en su buena fe. Ahora bien, los grupos dirigentes, como cualesquier élites sociales homogéneas y   conscientes  de  sí  mismas,   siempre  son oportunistas. Para el poderoso -y en el régimen de la beatífica alternancia tan poderoso es el gobierno activo como la oposición o gobierno latente- es un trabajo prolijo dar explicaciones cada vez que miente y la mentira institucionalizada le evita el esfuerzo de disimular constantemente o de contener el escándalo si llega la hora de faltar a la verdad descaradamente. La mentira constitucional cumple la función de eliminar la crítica y la desconfianza entre la población a costa, claro, de tomar por decentes a la habladuría (opinión) y a la suspicacia (deslealtad). En este sentido el psicoanálisis diría que la mentira paradigmática es una forma de narcisismo colectivo que, transformado en mito nacional, justifica el nacionalismo; en mito igualitario, el estatismo; en mito mercantil, el liberalismo. Todo mentiras. Todo sumisión.

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