A.J. Muste y D. Day (foto: culture-of-peace) En una situación, como la nuestra, de disfrute de libertades públicas elementales, es difícil de explicar al ciudadano común hasta qué punto la sociedad en conjunto (él no, naturalmente) se desenvuelve aún bajo el miedo. Miedo a que las cosas cambien. En parte porque para el ser humano lo más terrorífico, al decir de Bertrand Russell, es lo innovador (mucho más que la muerte personal o hablar en público, que algunas estadísticas indican es la situación más pavorosa para el grueso humano); y en parte porque las convulsiones históricas del último siglo han pronunciado con suficiente potencia hasta qué punto aquellos cambios que prometían bienaventuranzas sin fin han traído consigo desastres inconcebibles. A falta de respuestas mejores, el ser humano se pliega sobre lo conocido. Y esto en el mejor de los casos, cuando se asume todavía alguna voluntad o esperanza de mejorar, aunque mantenga cierto escepticismo sobre el cómo. La teoría pura de la democracia de García-Trevijano describe hasta qué punto la democracia, y por tanto la libertad política, no se ha practicado todavía en Europa y explica cómo puede ser practicada. Es un ideal, pues, no utópico o ideológico, sino realista. Es una solución. No obstante, llegar a un entendimiento cabal de lo aquí implicado tarda tiempo en conseguirse. Muchos sienten que algo debe hacerse, incluso que algo puede hacerse. Ellos, que son pocos en comparación con la sociedad en conjunto, todavía tienen que topar con soluciones suficientemente acreditadas y fundamentadas. Pero no puede olvidarse nunca –y esto es un elemento fundamental de la teoría pura de la democracia– que la conquista de la libertad política no es un problema matemático, a saber, puramente mental. Para conquistarla se necesita la voluntad de muchos, y ésta debe haberse despojado tanto del miedo como del error. La libertad política sólo puede conquistarse mediante el ejercicio mismo de la libertad. Parafraseando al pacifista holandés A.J. Muste, “no hay camino hacia la libertad; la libertad es el camino”. Recordar esta simpleza puede devolvernos a la fuente misma de la acción libre, que sólo sabe de ella misma y muy poco de sus posibles consecuencias. Aquí el miedo se desvanece, y nace la posibilidad inteligente a la vez que inconsciente en tanto que libre.