Hoy hemos llegado, respecto del Estado a lo que los griegos denominaron la hybris, la desmesura. Que era para ellos el peligro más grande que podía sufrir la polis, la ciudad-estado.
Porque la desmesura transformaría la polis en tribus, tal como sucedía con los bárbaros.
Hoy hemos logrado tener un Estado desmesurado, esto es sin ninguna media o pauta de comparación con nada. La desmesura se instaló con sus 22 ministerios, 88 secretarias, 208 subsecretarías, 647 direcciones nacionales, 689 subdirecciones nacionales, 120 entes descentralizados.
Todo ello sin contar los Estados provinciales que son 24 y que han multiplicado veinte veces sus reparticiones. En la Capital Federal, que ahora es un Estado provincial, se creó hace muy poco una dirección de bici-sendas. Todo ello hace una masa de aproximadamente 25.000 funcionarios que ganan un promedio de 80.000 pesos mensuales. Aunque hay sueldos como el del intendente de Azul que gana más de $ 100.000.
El problema de la desmesura estatal no es solo la cantidad sino las consecuencias que produce: la inoperancia y la delicuescencia del Estado.
La inoperancia la padecemos los ciudadanos todos los días y en todos los ámbitos: falta de seguridad, de atención médica, de educación. Las tres funciones básicas que se atribuyen al poder ejecutivo en una versión y visión liberal del Estado.
Hoy día nosotros vivimos bajo un Estado que dejó de ser liberal, esto es, de ocuparse de estas tres funciones básicas y pasó a ser neoliberal, esto es, puso al Estado al servicio del mercado con lo cual estas tres funciones se transformaron en gasto y no en inversiones.
Al no dar solución a los problemas sino limitarse solo a administrarlos, en una campaña mediática formidable, atribuye la inseguridad a la incapacidad del poder judicial y sus jueces y fiscales. Atribuye las carencias en salud a la falta de dedicación de los médicos y el desatino educativo a la ingerencia de los sindicatos del sector.
Esta transferencia de responsabilidades radica en la no asunción de sus propias responsabilidades como lo son: que los funcionarios funcionen. Que cumplan acabadamente con su tarea, que trabajen con idoneidad, que se preparen para ello y no sea una simple y bien rentada salida laboral.
La hybris, el mayor mal que puede padecer una polis, según los griegos, muestra en nuestros Estados modernos su mayor contradicción en la utilización indebida de la fuerza.
Vamos a explicarnos. El Estado se reserva para si el uso de la fuerza, tanto militar como policial, para poder someter en caso de necesidad al individuo o a los grupos a la universalidad de la ley. Pero la hybris, al producir la lenta disolución del Estado a través del mal funcionamiento de sus aparatos y de sus funcionarios, logra transformar la fuerza, siempre útil y necesaria, en violencia. Esto es, aquel poder que va contra el curso natural de las cosas. El poder que se ejerce contra la propia tendencia de los entes.
La fuerza está apoyada en la ley, la violencia trastoca de manera abrupta la ley natural de las cosas. Esta transformación de la fuerza en violencia es la contradicción más ostensible que produce la hybris en la política.
¿Si en un Estado equilibrado es difícil establecer cuándo y cómo aplicar la fuerza, se imaginan lo dificilísimo que debe ser determinar su uso en un Estado desmesurado? ¿Qué funcionario está en condiciones de establecer el límite a la pregunta del filósofo Carnéades: qué es lo último de lo poco y la primero de lo mucho para intervenir?. Ninguno, pero no porque sean malos sino porque no se han preparado.
Claro está, son incapaces de sentir que les hacemos falta, dijo Heidegger, cuando le preguntaron por los gobernantes de su tiempo.