Para hacer el elogio de su vicepresidenta, el gobierno ha recurrido al ministro de obras públicas, y en lo que el ministro le daba a “la loca de la casa”, como Santa Teresa llama a la imaginación, vino el ventisquero y cerró la Universidad.
–Lo de la vicepresidenta en Cataluña lo califico de excepcional –dijo en la radio el ministro antes de salir a rescatar en la Complutense a los estudiantes de Derecho que se sentían copados como la 101 en Bastoña.
En la antigüedad, la excepcionalidad como elogio estaba reservada a Franco. Recuerdo los singultos de Arias en TV: “El hombre de excepción que ante Dios y ante la Historia…” Y las ojeras del Rey en las Cortes: “Una figura excepcional entra en la Historia…” Hasta hoy, que Íñigo de la Serna nos descubre la excepcionalidad de María Soraya en Cataluña, esa “exception culturelle” nuestra, con Pujol de Malraux con borsalino.
Con este parón invernal, más el Carnaval que se avecina, los estudiantes de Derecho ya no podrán estudiar la soberanía, concepto endiablado en un país en que los políticos “juecean” y los jueces “politiquean”. Soberano, en resumen, es quien decide el estado de excepción. El estado de excepción en Cataluña lo deciden los jefes de los partidos, Rajoy, Sánchez y Rivera, por un artículo soberano que, como el coñac, es cosa de hombres (el “cojonudismo” español del 155), razón por la cual quedan bien delegando su soberanía en una mujer “excepcional”, María Soraya, abogada de un Estado que se desinfla por sus diecisiete pitorrillos autonómicos.
La soberanía, en fin, sólo se manifiesta cuando la unidad estatal entra en crisis, y en los apuntes schmittianos viene avisado que, hacer de la excepción norma (Cataluña, desde el 78), y de la soberanía, autoridad cotidiana, es banalizar la excepción, y por tanto, la soberanía, que así acaba volviéndose inane ante la aparición de cualquier fuerza que desafíe al Estado.
Nuestro excepcionalismo es otra dictadura paliada por el incumplimiento.