MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
( Dedicado con afecto a la Asociación Orisos )
Las últimas investigaciones historiográficas llevadas a cabo sobre la Edad Media en la Universidad de Oxford, pilotadas por el catedrático de Historia Medieval y miembro del All Souls College, Chris Wickman, nos sorprenden en cuanto que iluminan esferas de la vida medieval que contradicen la visión que hasta ahora teníamos de la Edad Media, oscura, violenta, supersticiosa e inicua. Para empezar no fue el régimen feudal y la relación jurídica señor-siervos la principal estructura político-económica de la Edad Media, sobre todo de la Alta Edad Media. Existían miles de aldeas que no dependían de señores ni de monasterios, por ejemplo. Estas comunidades, que llegaron a ser algunas importantes ciudades, como Maastricht, dirigían sus propios tribunales locales, presididos por los “machtierns” en la Bretaña, u otros funcionarios egresados del mismo pueblo, en los que se resolvían las disputas, y otros asuntos públicos de la aldea también se conducían en estos tribunales. La mayoría de agentes judiciales y garantes eran campesinos, y la policía eran los propios habitantes. Y hasta el siglo X su llana jerarquía social parecía ser relativamente estable. Estos pueblos en los que predominaban los pequeños propietarios gobernaban sus propias vidas de manera autónoma. Estas ciudades se construían siguiendo un orden urbano reconocible que presupone un consenso y un amplio acuerdo entre los vecinos.
Estas comunidades autónomas, basadas en una democracia directa, fundamentan lo que Wickman llama “puebledad”. La mujer en estas comunidades tenía el papel de la suma administradora del hogar. Y un indicio de esto es que, en los enterramientos con ajuar funerario de los siglos VI, VII y VIII, es frecuente que se sepulte a las mujeres con llaves, lo que parece una representación de su control sobre el dinero y los suministros del hogar. Los forasteros que llegaban a los pueblos francos con intención de residenciarse no podían ser vetados, a no ser que el ciudadano que quisiese que el forastero no se instalase en su ciudad consiguiese el apoyo jurado de otros diez vecinos. Es evidente que aquellos cristianos pre-luteranos y pre-reformistas tenían un sentido de la solidaridad entre los hombres algo más humanitario que los habitantes de Lampedusa en esta vieja y seviciosa meretriz que es la Europa de la Merkel luterana e insensible. Quizás la Edad Media no era una Edad Oscura, sino una época pobre, sencilla, religiosa, de sabios humildes y, finalmente, humanitaria, que no es exactamente lo mismo. A no ser que se tome por oscuro la falta de relieve histórico, entendiendo por tal la sustitución de la vida verdadera por la historia entendida como teatro del poder político o como coto registrado de las comunidades políticas de élite.
Tampoco la Edad Media fue un período de estamentos inamovibles como sucede en las castas de la India. En nuestras fuentes hallamos docenas de obispos de nacimiento humilde, e incluso condes, como sucede con Leudasto de Tours, con quien Gregorio de Tours se mostraba tan despectivo. El período del 500 al 800 ha sido la de mayor autonomía local que ha existido en la Europa post-romana. Las aldeas organizadas con una especie de democracia directa en la que participaban los libres desarrollaban el comercio regional e interregional no sobre artículos de lujo ( comercio propio de comunidades con nobleza y alto clero que propiciaba un comercio de largas distancias entre Oriente y Occidente, en virtud también de una “economía de regalos” ), pero sí sobre importantes cantidades de artículos ordinarios ( cerámica, ropa, vino, alfarería, sal, vidrio, metalistería, etc. ) que ellos mismos servían como moneda de cambio, pues que era el trueque o intercambio de bienes el modo que tenía de funcionar este comercio. Por el contrario, la moneda siempre supone la existencia de un alto poder político efectivo, hasta el punto de tener ella misma el marbete del propio poder político: ducado – llamado así por el Dux de Venecia -, luises, napoleones, soberanos, coronas – incluso medias coronas -, etc. El dinero es lo que el Estado decreta (Knapp).
En 721, Anstruda de Piacenza, en el norte de Italia, redactó un documento aparentemente poco corriente. Vendió su propia independencia legal a los hermanos Sigirado y Aroquis, porque se había casado con una persona que dependía de ella y estaba privada de libertad ( era un servus ). Los tres acordaron que sus futuros hijos seguirían siendo dependientes de los hermanos, a perpetuidad, pero que las hijas podrían comprar su independencia al casarse por el mismo dinero – tres solidi – que la propia Anstruda había recibido. Este documento quebranta al menos tres leyes: la ley que prohibía los matrimonios entre libres y no libres; la ley ( o al menos la suposición de partida ) de que las personas carentes de libertad no eran personas jurídicas, de modo que a las hijas de Anstruda no cabía atribuirles futuros derechos legales; y la ley que prohibía la independencia legal de las mujeres. El padre de Anstruda, Autario, un vir honestus o pequeño terrateniente, dio su aprobación al documento, pero el dinero de los derechos legales de Anstruda pasó directamente a manos de ella, y ella es la protagonista de toda esta narración en la que ella misma parece ser única dueña de su destino. Hay un punto de ironía en el hecho de que este relato de una joven campesina nos muestre que ella – cuando en realidad estaba vendiendo su propia libertad – podía imponer sus propias reglas y crear su propio contexto social, incluso en una sociedad que restringía la independencia femenina como se dice de la medieval. Esto nos podría desvelar cosas de Anstruda como persona, que serían muy interesantes para un novelista, pero también nos dice algo sobre la fluidez de la “oscura” sociedad medieval.
La escuela medievalista de Oxford nos está dando un giro casi copernicano a la visión que tenemos de la Edad Media, sin duda alguna falsa gracias, sobre todo, a la historiografía y la literatura románticas.