Entre lo del general Flynn en Washington y lo de las feministas suecas en Teherán, no hay que hacer caso omiso de la hipótesis zoroástrica de los dos Grandes Espíritus, uno malo y otro bueno, que vencerá cuando Persia conquiste el mundo.
Acabar con la Guerra Fría es comenzar la Guerra Caliente con el “establishment”, que lleva medio siglo viviendo del momio. Sin enemigo a la vista, ¿cómo sacarle el dinero a nadie para combatirlo? Washington, pues, parece hoy un pantano infestado de caimanes, y ahí vamos a ver a Trump, si se propone drenarlo.
Lo de Obama no fue un gobierno, sino una peluquería de marujas cotorreando para el “Times” de Slim y el “Post” de Bezos, “sostenes de la democracia”, ante cuyas portadas palidece el “Arriba” de 1940, con su “Rusia culpable”. A su lado, el “Librillo verde” de Jomeini sería la escuela de periodismo de Joseph Pulitzer.
Los “midia” que apoyaron a Ted Kennedy, el senador que en 1984 se marcó un Don Julián con… ¡la Urss!… para impedir la reelección de Ronald Reagan, invocan una ley de 1799 para quitarse de en medio a Flynn, acusado de hablar con Rusia, pero señalado como opositor al acuerdo nuclear con Irán, esa herencia del gran Carter, junto con la ruina del crédito (Community Reinvestment Act del 77).
¿Y la “pañolada” de las feministas del gobierno sueco en Teherán?
–Los pueblos deben poner su confianza en las lanzas de sus soldados más que en el c… de sus mujeres –dijo la hermana de Bermudo II, camino de Córdoba para esclava del harén de Almanzor, como recoge Sánchez-Albornoz, que yace en Ávila bajo el epitafio “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”.
La “pañolización” de las suecas choca como la presencia de Pedro Domecq con dos sultanes de Persia en el entierro del Camborio. Después de todo, Suecia era el país sin dramatismo, en palabras de Foxá, que una noche, pasado de “aquavit”, dijo a un amigo sueco:
–Si no poseemos un alma inmortal, Estocolmo tiene razón y Ávila es absurda.