Hasta la fecha, la falacia del regeneracionismo había sido utilizada por los partidos de la oposición como atractivo electoral. Un imposible cambio sustancial en la relación de poder entre gobernantes y gobernados sin romper con el monopolio de los partidos. Hablar de regeneración democrática es absurdo porque no se puede volver a generar lo que nunca ha existido.
Nada puede regenerarse con un legislativo que constitucionalmente despoja a la nación de su potestad de hacer leyes, entregándosela a los partidos. Dicha sustracción es elevada a rango constitucional en el artículo 68.3, al basar el criterio de elección del diputado en el sistema proporcional, el cual es absolutamente incompatible con la democracia representativa. Imposibilita el mandato imperativo entre el elector y el elegido, para disolverse en una imposible representación proporcional en la que los únicos sujetos políticos reconocidos son los partidos políticos. Sólo éstos y en exclusiva «expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política» (art. 6).
Tampoco la configuración legal del poder ejecutivo permite regeneración alguna, cuando éste deviene directamente de la confianza de la cámara en favor del candidato presidencial presentado por el partido ganador, a través del juego de mayorías y pactos que se produce de espaldas al votante, que permanece al margen del mercadeo de escaños. Así lo establece el artículo 99 de la Carta Magna, que regula el mecanismo de elección del presidente del Gobierno.
Por último, tampoco puede regenerarse nada con una facultad jurisdiccional que ni siquiera tiene reconocimiento institucional expreso en la Constitución, recogiendo tan solo a partir del artículo 117 la independencia personal de jueces y magistrados, pero no la independencia funcional, presupuestaria ni orgánica de la Justicia.
Pero si la apelación a la regeneración ha sido hasta ahora un expediente demagógico de la oposición, lo novedoso es que sea utilizado por el gobierno, adelantando sus intenciones de someter más aun a jueces y periodistas.
Conociendo la naturaleza del régimen de libertades otorgadas, sin libertad política cualquier llamada al regeneracionismo desde el poder no será sino la autoafirmación de su verdadera naturaleza sin tapujos, descarnadamente. Y eso tiene un nombre, involución.