Quisiera señalar los inconvenientes del sistema proporcional. Quede dicho que no hace falta más que describir la realidad española de los últimos 30 años para ver las consecuencias devastadoras de la representación proporcional.
La representación proporcional (Rp) confiere status constitucional a partidos políticos que de otra forma no lo lograrían. Yo no puedo elegir a una persona en la que confío o conozco de mi distrito para que me represente: solo puedo elegir un partido. Y las personas que pueden representar al partido son elegidas exclusivamente por el partido. Y aunque las personas y sus opiniones siempre merecen el máximo respeto , las opiniones adoptadas por los partidos (típicos instrumentos de ascenso personal y de poder, con todas las oportunidades de intriga que ello implica) no deben identificarse con las opiniones humanas normales: en el caso de los partidos, se trata de ideologías.
En una constitución que no contemple la Rp, los partidos no necesitan que se les mencione; no precisan que se les otorgue status oficial. El electorado de cada circunscripción envía a su representante a la Cámara. Si permanece independiente o si se coaliga con otros para formar un partido es cosa suya. Se trata de un asunto que deberá explicar y defender ante su electorado. Su deber consiste en representar lo mejor que pueda los intereses de las personas a las que representa. Estos intereses serán idénticos en la mayoría de los casos a los de los ciudadanos de la región o de la nación. Estos son los intereses que debe defender con toda su capacidad pues es responsable personalmente ante otras personas.
Este no es el único deber y la única responsabilidad del representante que debería reconocerse en una Constitución, en la opinión de Popper. Si el representante considera que tiene también un deber con un partido político, se deberá exclusivamente al hecho de que creerá que a través de su conexión con ese partido puede realizar su deber principal mejor que sin el partido. Por la misma razón deberá abandonar el partido siempre que compruebe que puede realizar mejor ese deber principal sin ese partido, o quizás con un partido diferente.
Pues bien, todo esto desaparece si la Constitución del Estado incorpora la Rp. Bajo la Rp, en efecto, el candidato busca la elección solamente como representante de un partido, sea cual sea el espíritu de la constitución. Si resulta elegido, lo es principalmente, si no únicamente, porque pertenece y representa a un determinado partido. Por tanto, su principal lealtad se debe al partido y la ideología del partido, no a los electores.
Nunca se enfrentará con el compromiso de votar en contra de su partido. Por el contrario, está moralmente ligado al partido, pues en representación de dicho partido fue votado en el parlamento. Y en el caso de que no pueda hacerlo compatible con su conciencia, su deber moral será dimitir no sólo de su partido sino del parlamento. Costumbre de dimitir absolutamente ajena a la partitocracia española. Ni del partido ni del parlamento (transfuguismo).
El sistema representativo bajo el que fue elegido lo despoja de responsabilidad personal; lo convierte en una máquina de votar. Argumento suficiente contra la Rp. Lo que necesita la política son individuos que puedan juzgar por sí mismos y estén preparados para asumir responsabilidades personales. Aunque pudiera parecer que el efecto de la Rp, esto es, el aumento del número de partidos, es deseable, significa, sin embargo la inevitabilidad de los gobiernos de coalición. Supone dificultades en la formación de cualquier nuevo gobierno y su mantenimiento estable en el poder.
Gobierno de coalición, fruto amargo de la Rp, significa que los partidos pequeños puedan ejercer una influencia desproporcionadamente grande en la formación y en la dimisión del gobierno y, por tanto, en sus decisiones. Pero lo más importante es que eso supone la descomposición de la responsabilidad (porque en un gobierno de coalición la responsabilidad de todos sus miembros se reduce de modo inevitable). Con el tiempo, el público se acostumbra a la idea de que no puede hacer responsables de sus decisiones a ninguno de los partidos políticos ni a sus dirigentes ya que pueden haberles venido impuestas por la necesidad de formar una coalición. En consecuencia, un gobierno de mayoría favorece la responsabilidad del partido en el poder y de sus dirigentes . Con la Rp, sin embargo, en el caso de que un partido fuese derribado por una mayoría de ciudadanos, el gobierno podría no abandonar el poder. Buscaría un partido menor suficientemente fuerte para gobernar con su ayuda. ¿Les suena?
Así, el dirigente censurado del partido mayor continuaría presidiendo el gobierno, en oposición directa al voto mayoritario, gracias a la ayuda de uno de los partidos menores, cuya política suele distar mucho de representar la voluntad de la mayoría. ¿Les sigue sonando?
La democracia no exige la Rp. Antes al contrario, necesita algo que se aproxime al sistema bipartidista, es decir, a un gobierno de mayoría. Solo las oligarquías temen las mayorías absolutas porque ignoran que si hay democracia formal, las reglas del juego político evitan el abuso de poder, la minoría vigila y controla a la mayoría y exige su responsabilidad mediante el desahucio político, la costumbre de dimitir anglosajona o la mutua disolución de la República Constitucional.
Pero un argumento rotundo, en mi opinión, a favor del sistema mayoritario y en contra de la Rp, es que un sistema bipartito fomenta un proceso continuo de autocrítica en los dos partidos.
El sistema bipartito ha provocado considerables cambios en los dos partidos principales de Gran Bretaña y de los EEUU. La cuestión es que en un sistema bipartidista el partido derrotado corre el riesgo de tomarse en serio la derrota electoral . En tal caso, puede emprender una reforma interna de sus objetivos lo que equivale a una reforma ideológica. Si el partido es derrotado dos o tres veces sucesivas, la búsqueda de ideas nuevas puede resultar todo un acontecimiento saludable. Esto no sucederá en un sistema multipartidista y con coaliciones. Si la pérdida de votos es pequeña, tanto los dirigentes del partido como el electorado, serán proclives a adoptar los cambios con toda calma. Lo consideran parte del juego, puesto que ninguno de los partidos tuvo responsabilidades claras.
Pero una democracia necesita partidos con un mayor grado de sensibilidad y de alerta. La inclinación a la autocrítica tras una derrota electoral resulta mucho más acusada en países con sistemas bipartidistas que en aquellos donde hay multiplicidad de partidos. En la práctica, un sistema bipartito resulta seguramente más flexible que un sistema multipartito, contrariamente a lo que la primera impresión pueda hacer creer.
Las sociedades más dinámicas y abiertas, más plurales y flexibles, no son las regidas por sistemas de Rp, sino por sistemas mayoritarios. No en vano en Gran Bretaña suele decirse: England abhorrs coalitions. No hay que temer a mayorías si hay democracia. Solo las oligarquías aman las coaliciones. Para continuar así en el poder sin exigencia de responsabilidad.