Alberto Camus (foto: Mitmensch0812) La así llamada izquierda en Europa subsiste hoy más bien patéticamente del recuerdo de tiempos mejores, y a menudo de un modo más inconsecuente que las iglesias establecidas con respecto a la doctrina original de sus fundadores. La izquierda establecida, supuesta izquierda, en realidad una derecha, encontrándose en mayoría, aspira no sin hacer el ridículo a sentirse marginada, minoritaria. Pero se trata de una pretensión absurda a partir del momento en que se instala en el Estado y se vende a los intereses del gran capital. La verdadera izquierda puede acabar encontrando eco en grandes sectores de la población, pero encaramada a un posición sólida dentro del Estado, ya sea mediante los partidos o sindicatos de trabajadores, se asesina su espíritu revolucionario. No fueron pocos (Camus, por ejemplo) los que detectaron, cuando los movimientos izquierdistas todavía tenían un peso cultural relevante, que el simple hecho de reducir sus aspiraciones a una mera subida salarial, como ya ocurría entonces, era un suicidio, una traición. Entretanto no sólo se ha perdido la substancia –reconozcámoslo, algo sin forma, de ahí quizá su belleza prístina y su original apertura a un mundo repleto de posibilidades– que guiaba la revolución, sino que se ha tornado en un acomodamiento tan zafio y contraproducente que puede considerarse tan reaccionario como su supuesto opuesto. De ser algo la izquierda ha de ser auténtico progreso; al principio novedad, minoría. Si con el desarrollo de la sociedad industrial clamaba al cielo la injusticia social, hoy los asuntos son otros. La izquierda establecida está ciega, no los ve. Pero es que ya ni siquiera ve el pasado correctamente. Su perdición roza lo irrisorio. El MCRC sería un ejemplo de movimiento revolucionario en este sentido, si bien su naturaleza a-ideológica, más allá de las izquierdas y derechas clásicas, apunta precisamente a que nos encontramos en otro lugar, con distintos objetivos y puntos de partida. Su aspiración fundamental, la libertad política, no es la única posible lucha. Hay infinitas más en los ámbitos social, económico o legislativo. Pero mientras la izquierda establecida acapare sus motivaciones de puro verbo mientras crecen sus barrigas, parece más conveniente simplemente abandonar la dicotomía. Y tratar de mejorar las condiciones vitales de todos, se nombren como se nombren.