Zapatero y Rajoy La paradoja del experimento utópico-pesadillesco comunista es que al forzar la igualdad en todos y aislar así lo individual, se destruye toda posibilidad de solidaridad, que era uno de sus ideales constituyentes. A nadie se le oculta ya que el experimento falló, pero la envergadura aplastante del mismo permite todavía un caudal casi infinito de reflexiones al hilo de prácticas políticas que en menor escala reproducen creencias similares. La partidocracia se aferra al hilo totalitarista porque, aunque con medios muy diferentes —ahora más librados a un pluralismo especular— se persigue un mismo ideal de igualación de la ciudadanía. Tanto en la derecha como en la izquierda. Hay miedo a la aparición espontánea y súbita de la verdad, que por necesidad no se atendrá a criterios trazados con coordenadas de un mundo ya viejo y marchito. Y, así, para sentirse a salvo de semejante irrupción, la solución es tratar a todo y a todos igual: como a imbéciles, en una palabra. Como igualar es de hecho una operación imposible, todos los intentos en este sentido desde el poder establecido pecarán de una ambigüedad que después será utilizada convenientemente para neutralizar el brillo de la verdad. La solidaridad entre individuos y grupos es enemiga del elemento impositivo. Y aunque a corto plazo ciertos tipos de intervención estatal parezcan la solución adecuada a problemas, pongamos, de discriminación sexual o racial, combatirla mediante lo que es al fin y al cabo también discriminatorio, y además desecante de las fuentes de aquello que Kropotkin denominó “ayuda mutua”, no parece lo más inteligente. Ayuda que no necesita, ni debe, ser unívoca, ni horizontal ni verticalmente. Sea cual sea la fuente de la transformación, debe permitir que se desarrolle en cualquier dirección. La ayuda que no puede entenderse sin la autonomía de la célula. No son, pues, medidas de gobierno concretas las que nos preocupan. En materia de discriminación grandes sectores de la sociedad han llegado mucho antes que los gobiernos a practicar medidas que se ajustan a la famosa justicia social. Lo que de verdad importa es que debido al régimen político que padecemos todas las medidas en último término se parecen: quieren igualar en la mediocridad, y jamás cederán el paso a lo original.