Sánchez gana por la mano a Maduro, cuyo “Manual de resistencia” es muy superior al “Konstantinov” de Irene Lozano, y convoca unas elecciones, que en España son votaciones. Secuestrado por sus “negros”, ¡Benito Cereno salta al agua!
También podía ir a una moción de confianza, el truco favorito de Azaña, que se valía de ella como de la morfina los agonizantes, pero se ve que la autoestima del marido de Begoña Gómez deja chica la del cuñado de Rivas Cherif. Y es que a Sánchez le ocurre con el pueblo español lo que a Jehová con el pueblo judío, según el relato memorable de Freud: enamorado de España, Sánchez la hace suya.
España no eligió a Sánchez, pero Sánchez ha elegido a España. Si gracias a Moisés, dice Freud, la autoestima de los judíos logró fundarse en la religión, gracias a Sánchez la autoestima de los españoles logra ya fundarse… en la mentira. En España se miente hoy en la calle con el desparpajo de Sánchez en sus declaraciones institucionales. Es su legado. A falta de un doctor Freud de Viena, que lo explique el doctor Rojas de Chinchón.
–Hay que dar a los españoles un horizonte –dice Sánchez, barbeando en tablas.
Horizonte, horizonte… Se le va a uno la vista al que Lionel Johnson (“trascendentalista, genio y dicen que afectado”, en palabras de Russell), ex de Wilde (al que repudió), mostró a Santayana en Oxford: una mesa en el centro con un jarro de whisky Glengarry entre dos libros abiertos (“Les Fleurs du Mal” y “Hojas de hierba”), y en la pared, dos grandes retratos, el del cardenal Newman y el del cardenal Wiseman. Era un último piso y por encima de los tejados se veían los árboles; señalándolo, dijo el poeta, con tristeza, al filósofo:
–Todo lo que está encima de esa línea está bien, todo lo que está debajo está mal.
De ahí la importancia de entenderse sobre el sentido de las palabras y designar por las mismas palabras las mismas cosas y por palabras distintas cosas distintas. Y, sin embargo, eso es lo único que no se ve en nuestro horizonte.