(Horacio, Epist.. Il, 1, 156).
Cuando el poeta Horacio escribió esta idea estaba dando un espaldarazo espectacular al pacifismo que soterradamente imbuye el desarrollo de la humanidad. Grecia, sometida mediante las armas, terminó venciendo a Roma, su captora, con su arte, con su ciencia y con su filosofía. “La Grecia conquistada, conquistó a su fiero vencedor”.
Y ahora que vemos a Grecia aplastada por la crisis y por las durísimas medidas económicas a que se ve sometida quizá sea momento de recordar a los hermanos griegos que en su código genético hay un ADN de superación que les ayudará en no mucho tiempo a remontar el momento desesperante por el que atraviesan. Califico aquí a los griegos de “hermanos” porque no sé cómo denominar realmente a los ciudadanos que integramos la Unión Europea. Si realmente Europa es una unión (podíamos decir un cuerpo) el sufrimiento de los griegos no puede ser ajeno al resto de los europeos. Grecia es, además, como ese bisabuelo o tatarabuelo un poco esquinado que ha conservado en su mente y en su voz la sabiduría más honda que sirvió de manantial del pensamiento europeo. Orgullosos tendríamos que sentirnos los europeos de haber contado en los albores de nuestra historia con un pueblo como el griego. Seguramente que no hay día en el que no se piense en griego en alguna parte del mundo, o en que Platón o Aristóteles no estén en el pensamiento de algún europeo (o incluso terrícola). No sólo quienes a diario visitan museos y monumentos en que se manifiestan las huellas dejadas por aquel pueblo. Nuestro pensamiento actual se amasa con el pensamiento griego.
Será muy difícil que Grecia desaparezca de nuestras mentes, de nuestro recuerdo o de nuestra memoria.
Y ahora se presenta la ocasión de que Grecia vuelva a vencer (con otras armas) a sus feroces vencedores (la corrupción, el mercado, las agencias de rating, los países más egoístas, el consumismo). La salida de Grecia no es el suicidio (como desafortunadamente ha elegido alguno de sus ciudadanos, tal vez más por soledad insolidaria, que por desesperación). Los griegos, y nosotros con ellos, tenemos que volver a desenrollar los papiros en los que están sempiternamente esmaltados los pensamientos de Homero, de Eurípides, de Sócrates, de Platón, de Aristótles…… y volver a repensar el sentido de la vida humana, desde dentro. Tenemos que volver a convertir la tragedia en un modo de superarse a sí mismo, de purificar los propios miedos y los egoísmos eviternos. La historia demuestra que la victoria de la fuerza (sea la de las armas, sea la del dinero) es una victoria efímera, que no construye humanidad. La verdadera victoria es la lenta influencia que se ejerce sobre las mentes y sobre los corazones reconduciendo el comportamiento del hombre hacia metas de mayor conocimiento, de mayor comprensión, de mayor empatía, de mayor colaboración. El mundo es sostenido no por unos pocos líderes ambiciosos de poder y de vanidad (por muy sabios que los medios de comunicación los presente) sino por millares y millares de buenas personas que trabajan y luchan honradamente por sacar adelante a los suyos y que están dispuestos a echar una mano al de al lado cuando lo ven sufriendo o con necesidad. La idea darwiniana de la conservación y superación de la especie hace tiempo que tomó el camino de la sustitución del poder por la colaboración, de la sustitución del egoísmo por la empatía. El egoísta se salva sólo a sí mismo; el altruísta multiplica la salvación, porque se salva a sí mismo y a aquellos a los que se entrega.
Esa es la victoria en la que tienen que confiar los griegos, y en la que, por influencia de ellos, tenemos que confiar nosotros. La realidad tiene más dimensiones de las que nos quieren hacer ver algunos que parecen interesados en mermar la capacidad del hombre. Hay que dejar ya de ver a Grecia como una apestada, a la que nadie quiere parecerse. Los griegos, como cualquier otro pueblo, son lo que hoy son y son también lo que han sido y permanece en el ADN de su historia. Son un pueblo apto para la filosofía, para el pensamiento, para el arte, para el teatro. Y seguro que en estos tiempos de crisis volverá a latir con especial intensidad el corazón de los griegos.
Grecia es Europa y Europa no puede renegar de Grecia. Es más, Europa (entendida ahora como ese conjunto de instituciones que regentan la economía doméstica del continente) tendría que estar orgullosa de contar en su seno con un pueblo de esa categoría humana y tendría que desvivirse por impedir que Grecia sea una especie a extinguir.
Hay ocasiones, como ésta, en que el deseo quisiera convertirse en profecía, para poder afirmar –como si Horacio estuviera aquí junto a nosotros-, “Graecia capta, Europam captorem cepit”.
Antonio García Paredes