Oponerse a un tirano entraña la persecución, el encierro y la tortura. El miedo atenaza y subyuga: es de lo que se sirve la razón de Estado para hacer proposiciones irrechazables. Además de su formidable capacidad de intimidación, un régimen de impunidad seduce y prostituye a los elementos más escogidos de una sociedad, anudando complicidades en una malla de protección exclusiva. Impresiona y conmueve que una población harta de humillaciones sistemáticas se enfrente al poder absoluto sin calcular las consecuencias, y es que, precisamente en no calcularlas, reside “el honor de la rebelión”, como decía Camus. La desnudez de Gadafi, que no resultaba repugnante para “el mundo libre” que lo había acogido con parabienes y contratos de suministro energético, se muestra en toda su vileza organizando la matanza de las gentes de un país que dice salvar de sus enemigos. Con impudicia criminal, no se recata en afirmar que la gloria de Libia consiste en identificarse con su carismático despotismo. Así, pues, en términos hegelianos, la esencia sustancial del Estado libio no es la protección y seguridad de la vida de los individuos singulares, sino lo que reivindica esta vida y exige su sacrificio. Pero fue el propio Hobbes quien señaló la facultad que tiene el pueblo de desobedecer y oponer resistencia al soberano cuando éste le ordena perjudicarse a sí mismo. “Dios hizo a los reyes para el pueblo y no al pueblo para los reyes”. El Leviatán de Gadafi está dando sus últimos y sangrientos coletazos. Los órganos de simplificación de la opinión pública, repletos de intelectuales serviles, presentan lo humano, las ambiciones de poder, como exigencias inhumanas de un destino inexorable. El feudalismo árabe y el cuento del islamismo feroz no pueden seguir satisfaciendo el deseo conservador de orden internacional. El rechazo y la condena del “realismo político” que alimenta a monstruos como Gadafi es un imperativo de las conciencias civilizadas y de las conductas prudentes. Conforme a esa clase de realismo, “nuestros socios” nos aconsejaron renunciar a la democracia para poder pactar con el régimen franquista la reforma de la dictadura en oligarquía de partidos.