Dijeron que votar es populismo, pues votan los pobres (los pobres de espíritu, que son los peores), y a saber la que pueden liar. Mejor que los votos son los golpes de gobernación, un golpe de Estado “shaken, not stirred” para ventilar las cuotas de poder en la guerra de bandas estatales, que es en lo que estamos, con la Nación de convidada de piedra (“pagafantas”).
Como todo es mentira (la “mentira constitucional” de Octavio Paz), ni siquiera respetamos nuestras propias farsas (listas más votadas, primarias partidarias), y todo se nos va en gestos expiatorios que han hecho de España el país más progresista de palabra y el más reaccionario de obra. Lo llamamos socialismo, del cual ya llevamos tres ramas.
La rama hortera (“los horteras hemos llegado al poder”, dijo Luisito Solana) floreció con González de los pecios del 23-F, y su gesto histórico fue la apropiación indebida (“tó pal pueblo”, dijo el hermano –”liberté, égalité, fraternité”– de Juan Guerra) de Rumasa.
La rama emo (“Con mi paz”, firmaba el Bobo Solemne en la feria del libro) floreció con Zapatero de los pecios del 11M, y su gesto histórico fue salir corriendo como conejos en la guerra de Iraq.
Y la rama cani (“Falta más presupuesto contra la pobreza y sobra el Ministerio de Defensa”, dijo el Besteiro que ahora hace pilates en La Moncloa) florece con Sánchez de los pecios del Pp, y su gesto histórico es sacar a Franco de su tumba para jugar al 36.
Sánchez, pues, es tan pobre que no puede presumir ni de haber creado la hipocresía gobernadora, y en eso ya tiene algo de Bonaparte, cónsul mediante un golpe de Estado “contra un Estado que no existía”.
– ¡Para qué! Hoy la legalidad marcha con la gloria – contestó el Pequeño Cabo a sus “bravos compañeros” que amagaban con desenvainar las espadas.
La legalidad debe de ser los jueces metidos a ministros. ¡El gobierno de los jueces! Bien lo avisaba hace cosa de un mes el diario gubernamental: “Napoleón ha vuelto… y está de moda”.
Publicado en Abc