Bibiana Aído (foto: derechoavivir) Nuestra era “postmoderna”, la más incierta, por propio predicamento, de todas las eras históricas, se sitúa en un terreno pantanoso del que nos será difícil escapar. Creada por un afán de cuestionarlo todo, se dejó inundar por prejuicios tan sólidos como los anteriores, aunque disfrazados de una falsa libertad. Su ciénaga no permite desarrollo ninguno de salidas, pues niega a priori la posibilidad de que existan. Para ello reorganiza la sabiduría antigua, invalidándola, y le da un aspecto florido que ya empieza a apestar. Nos dicen: la certeza es un viejo concepto. Quedémonos, pues, con la (cierta) incertidumbre de un mundo que ni puedo controlar ni conocer apropiadamente.   Cierta relativización, como el escepticismo, tiene su momento. Pero más allá de él esteriliza la libertad; es decir, se invalida a sí misma. Ha politizado la ciencia (“la objetividad es fascista”); ha des-autorizado la subjetividad (“no hay autor”); ha ideologizado la democracia; ha intelectualizado la poesía; ha mercantilizado el arte; arremete contra todo lo unitario para dispersarlo; impide distinciones entre categorías del pensamiento que son naturales al mundo y al lenguaje de los hombres para imponer las suyas propias, de procedencia arbitraria. ¿Quién da más?   En este estado de cosas, ¿a quién le extraña ya esa pobre mezcla entre medidas sociales súper-progres, como el ministerio de la Igualdad o el matrimonio homosexual, y la ausencia de libertad política? ¿O entre el festín de libertades públicas y nuestra atroz servidumbre a la autoridad de turno? ¿A quién le extraña que la clase política se beneficie de sus posiciones para otros negocios distintos del bien público? ¿Quien no vacila hoy al dar un paso hacia la verdad, cuando verdad y mentira se han visto tan (interesadamente) embrolladas?   Mas, con todo, podemos todavía deshacer los nudos. Podemos aún recoger todas las piezas diseminadas por nuestra era confusa para, primero, re-integrarlas en un conjunto ordenado, abierto y coherente, así como capaz de responder al reto tanto de datos empíricos como de las críticas; y, segundo, susceptible de hallar la verdad en cada caso. En el dominio político, se trata de la conquista de la verdadera democracia: los gobernantes responden de sus actos ante la sociedad, que ahora se ha hecho con el poder y lo ha atado fuerte.

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