Entre entendidos, la Transición es un relato de dos patas: de la ley a la ley. Pero si al relato le quitan una pata, el templete se vendrá abajo y aplastará a los músicos.
Arcadia, al quedarse sin música, cayó en sediciones y guerras civiles, nos dice Bodino, el Félix Rodríguez de la Fuente de la soberanía y el Estado, para quien la ley, o es general, o no es ley, como aviso a navegantes en la estación de las excepciones.
La ley escrita como conciencia jurídica de la colectividad (muy alta, según Albornoz, entre los españoles, por la dominación romana: cada gallego, se ha dicho, es un abogado).
La generalidad como razón misma de la ley, con lo cual admitir una ley particular sería admitir que no hay Constitución, cuyo sentido es la defensa de uno contra todos. Mas la historia se repite (como farsa) y es la hora de los Saint-Just.
Porque Danton se defendía como un león y no había modo de meterle mano en el banquillo dispuso Saint-Just enviar a la guillotina a quien no respondiera las preguntas como él quería, y sólo así dobló Danton la cerviz. El veinteañero fue lo más inteligente que produjo la Revolución francesa: improvisaba maldades como Lope versos, imponiéndose a un rebaño de cabestros aterrorizados que, después de haber mentido (¡por razones de Estado!) sobre la huida del rey, llamándolo… “rapto”, decidieron cortarle la cabeza (salvo Tom Paine, que se había opuesto a la mentira y ofrecía exiliarlo a Filadelfia). ¿Podían procesar a Luis Capeto? ¿Cómo rey o como ciudadano? Como ciudadano, no: podía salir inocente, y además, según Robespierre, el respeto por las formas significaba ausencia de principios. Y como rey había la pega constitucional del 91, superada por Saint-Just con un argumento de excepcionalidad metafísica que anulaba el pacto: al rey no se le juzgaba, sino que se le castigaba.
– Era necesario que Luis muriese para que la Nación viviese –“razonó” el angelito de la Muerte.
Pero Macron dice ahora que la Nación no existe.