Uno de los grandes líderes y revolucionarios de la historia, Lenin, definía la socialdemocracia como el partido de los oportunistas y liquidadores. El socialchovinismo del que hablaba el político ruso era descrito como una “adaptación vil y lacayuna de los jefes del socialismo, no sólo a los intereses de su burguesía nacional, sino, precisamente, a los intereses de su Estado”.

A estas alturas del siglo XXI ha llovido mucho desde los momentos en que aquello se escribiera y muchos sucesos históricos han ido modelando las ideas de la política europea pero, en esencia, la apreciación de Lenin sigue tan vigente como entonces. Más allá del evidente fracaso de las dictaduras proletarias y su eterno afán por invertir el orden de la fila el, por otra parte, brillante Lenin, daba en el clavo al hacer sus apreciaciones y análisis de las sociedades rusa y europea.

Dentro de nuestras fronteras, la esencia de esta corriente ideológica y política fué inicialmente defendida por el PSOE, tras la muerte del dictador Francisco Franco, pero posteriormente y debido fundamentalmente al éxito práctico de sus postulados cuasi nihilistas y carentes de criterio alguno, ha ido siendo adoptada y asumida por la totalidad de las facciones que componen el poder del estado. El pensamiento rousseauniano y su hombre bueno, unidos a un postmodernismo convertido en ideología en nuestro país, han derivado en una situación que bordea peligrosamente el infantilismo y la demagogia continua, en la aplicación de las medidas de gobierno. Sus defensores, personas practicantes del wishful thinking (pensamiento plagado de deseos o ilusorio) y que evitan a toda costa el posicionamiento ideológico; militantes de una tolerancia paternalista que sólo admite lo políticamente correcto, dictado desde el poder hegemónico del stablishment.

 

La no-ideología socialdemócrata es fruto de una selección artificial (en el sentido más ridículamente darwinista) a lo largo de varios siglos y su imposición se realiza a golpe de encuesta. Es perfectamente adaptable a cualquier situación económica y social, ya que sus directrices se basan en ‘lo que quiere la gente’ (por usar una frase hecha muy del agrado de nuestra casta política) y por tanto, abocan continuamente hacia el pensamiento único, el consenso y lo políticamente correcto. Tratar de escapar de su influjo y de sus dogmas convierten a cualquiera, inmediatamente, en un enemigo del bien común y de las normas básicas de convivencia impuestas desde los medios masivos de comunicación.

 

Es por tanto una herramienta de poder ideal para unas oligarquías que, preocupadas únicamente por su enriquecimiento personal y el saqueo de las arcas públicas, necesitan una sociedad sometida, consentida y apática. Se trata del modelo ideológico perfecto para la creación de un país consumidor como el nuestro y sin iniciativa alguna, más allá de un hedonismo animal y una autocomplacencia sometida a los designios del mercado. Tomando el paradigma y el modelo mental de nuestra clase política, podríamos decir que se trata del centro perfecto, donde nada es blanco o negro, sino gris y con matices. Un verdadero objeto de deseo para cualquier aspirante a político y que ansíe el poder.

El gran problema y el talón de aquiles de esta forma de practicar la política y corriente no-ideológica es que es inaplicable dentro de un ecosistema demócrata y que además supone el exterminio sistemático de cualquier iniciativa, de cualquier proyecto social o de el disenso individual y original alejado de normas y paradigma dominante. La genialidad misma es incompatible con esta forma de sociedad.

 

Si pudiéramos proyectar, en forma matemática, una gráfica donde se representan las corrientes de liderazgo, los grupos humanos seguidores o defensores de determinadas figuras o proyectos vitales, el resultado, en el caso de las sociedades socialdemócratas como la nuestra, sería de una línea horizontal casi plana y con una única y discreta elevación, determinada por la oligarquía del consenso. El resultado de hacer esta misma operación en una sociedad regida por la democracia o la poliarquía sería el de una línea plagada de picos y valles, completamente irregular. Como ya expliqué en uno de mis artículos anteriores, donde hablaba del caos como fuerza engendradora dentro de la democracia, una gráfica determinada por el desorden y la aleatoriedad.

La naturaleza, el universo que nos rodea y la realidad misma, están marcadas por una complejidad casi infinita en cada uno de los detalles en los que nos detengamos y donde la eternidad se despliega en cada instante. Somos nosotros, los humanos, como seres pensantes que somos, los que tratamos, mediante la ciencia, de crear un orden y acomodo en lo que nos envuelve, para poder asimilar y cuantificar nuestro mundo. Herramientas como las matemáticas son simples abstracciones que facilitan esta tarea.

“Without deviation from the norm, progress is impossible” Frank Zappa

Bajo mi punto de vista, es esta necesidad de definición y control sobre nuestro entorno, lo que dificulta el aceptar la emergencia caótica que se produce dentro de la democracia, como algo a lo que someternos y agachar la cabeza de forma metafórica. La misma esencia del darwinismo y que tanto daño ha hecho a la ciencia y al pensamiento en general -tras su interesada imposición por parte de figuras muy influyentes del mundo anglosajón, como el siniestro Francis Galton-, parte de una visión de la evolución como un proceso de selección artificial (las famosas palomas y animales de granja que Charles Darwin observaba en sus estudios) en lugar de realizar una aproximación más holística y naturalista como la del genial Jean-Baptiste Lamarck (y verdadero padre de la teoría de la evolución). Es decir, se busca dominar en lugar de aceptar el devenir natural de las cosas. Se necesita obligar a la sociedad y a la realidad, aunque sea a ‘martillazos’, a someterse a una opinión así o asá para no aceptar que la emergencia de las soluciones nace desde zonas totalmente fuera de nuestro alcance. Nuestra falta de humildad nos hace incapaces de aceptar que tal vez, sólo tal vez, el utilitarismo provenga de supra-entidades surgidas a partir del aparente desorden y la democracia formal. Sólo ésta proporciona el caldo de cultivo necesario para que ello se pueda desarrollar.

Del mismo modo, sólo un marco de legalidad y justicia, donde el valor del individuo sea preservado frente a los abusos del poder y con la fragmentación de los organismos del Estado, puede facilitar la aparición de líderes -no necesariamente políticos- y más o menos brillantes conciudadanos que, como puntos de luz en un gran firmamento y de forma disruptora, puedan servir de guía para cada una de las partes y estamentos de la sociedad que nos rodea. El género humano necesita de puntos de referencia, de otras personas que acaudillen las iniciativas y propongan las diferentes luchas y batallas en las que participar; independientemente del nivel de fortuna personal con el que uno cuente, independientemente de si a unos u otros les ha sonreído mas o menos la vida, se hace necesaria la presencia de elementos que agiten el sistema y que faciliten la innovación. Un aspecto éste, que no comprenden ni comparten los que buscan cobijo en el consenso político de nuestro país y que ocultan su cobardía al abrigo y el calor de sus compañeros oligarcas. Los oportunistas y liquidadores de los que hablaba Lenin. Los tiranos de lo mediocre, como los defino yo.

 

Y ahora, corran… corran a votar.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí