Wall Street (foto: Stuck in Customs) Cuando los estudiantes y trabajadores griegos manifiestan su repulsa de la violencia policial y su desprecio de la clase política, sin rumbo definido hacia la libertad, reverdeciendo el espíritu sesentayochista, Esperanza Aguirre está dispuesta a exorcizarlo en España con la ayuda de las Nuevas Generaciones de su partido, que dicen adiós al mayo del 68 y dan la bienvenida al veinte aniversario de “la revolución que supuso la caída del imperio soviético y el fracaso del socialismo”. El final de la guerra fría quebró el fundamento antagonista del bloque occidental. El pacto del Atlántico, mucho más que una simple alianza militar, era la esencia, el concepto medular de Occidente. El “Ser es defenderse” que proclamaba Maetzu, no es sólo una peculiaridad del fascismo, sino también algo propio de toda visión cultural que se legitima, en última instancia, por la existencia de un enemigo real o de un chivo expiatorio. Los vigías y defensores del “mundo libre” se concertaron para asegurar la estabilidad, un método de control social del que son consumados expertos. El terrorismo y los Estados que lo apoyan no acaban de suplir el miedo que generaba el comunismo. Hace diez años, el economista Lester C. Thurow señalaba en “The Future of Capitalism” la siguiente paradoja: “los atributos eternos del capitalismo –crecimiento, pleno empleo, estabilidad financiera, aumento real de los salarios- están esfumándose en el mismo momento en que también desaparecen sus enemigos”. ¿Cómo se explica que un sistema que no está amenazado por ningún poder externo ni tampoco por su propia sociedad haya podido caer en una crisis tan profunda como la que representa la sima financiera actual? Al mismo tiempo que se ha desarrollado la globalización económica, financiera y tecnológica, ¿acaso se ha incubado también un proceso de desintegración endógena cada vez más difícil de subsanar? Las élites dirigentes se están convirtiendo en los mayores enemigos de sí mismas, con la incompetencia, afán incontrolado de lucro y voluntad ilimitada de poder que exhiben. La caída de los dioses en Wall Street continúa: “esto es sólo una gran mentira” ha confesado Bernard L. Madoff; pero para grandes estafas, la que nos lleva infligiendo la partidocracia juancarlista durante treinta años.