Going Down Droste, por Josh Sommers Anteayer se votó para no elegir nada. Tampoco nada se resolvió. Naturalmente, unos partidos han salido más favorecidos que otros del reparto. Pero, con todo lo acontecido durante los últimos cuatro años, ¿ha cambiado algo en los aledaños del poder? ¿Podría haberlo hecho? O, ¿mediaría alguna decisión de los ciudadanos al respecto?   Sin entrar en una discusión ontológica sobre la existencia de una decisión colectiva, sí existen decisiones individuales. La democracia resuelve el problema al dar el rango de tal decisión colectiva a la decisión individual de la mayoría.   En estas “elecciones” del 9-M se ha instrumentalizado la voluntad individual. Decisión personal, en cuanto a tal, sí ha existido: los ciudadanos han podido votar una lista A, una B, o una C. Sin embargo, la decisión colectiva en cada circunscripción no ha sido A, B, o C; sino la lista P, una elaboración proporcional a la que nadie pudo votar porque no se presentó a las elecciones y ni siquiera existía antes. He ahí el engaño: los españoles nunca pueden ser responsables de un resultado imprevisible que individualmente no pueden decidir.   Ciertamente, el sistema proporcional de listas de partido no es motivo eficiente ni final para decidir quiénes nos han de representar, ni quién nos gobierna, ni siquiera la composición de alguna institución. Tampoco lo pretende. Por el contrario, la causa final de esta forma de votar es un previo acuerdo de reparto del Estado entre los partidos.   Todo el que votó, consciente o inconscientemente, no hizo sino refrendar estas listas de partido; cuyo mérito es la reconstrucción de una clase política oportunista, desleal y descontrolada, similar a la de la II República (la “legitimidad democrática” había de buscarse en los partidos supervivientes de aquella), incrustada en un Estado autonómico totalitario, sólo que ahora bajo la Monarquía heredada del Franquismo, que esto es lo que supuso la Transición.   Los sufragios de los ciudadanos se utilizan para señalar la proporción en que los partidos se reparten el poder. ¡Puede existir mayor infamia!

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