La gente se deja matar los lunes en la oficina por discutir qué sistema de fútbol es superior, el de Simeone o el de Setién, pero con el sistema electoral, que es en lo que les va la cartera, callan.
En España tenemos el sistema proporcional, que es como el sistema Pelegrín del votacionismo, con Victor D’Hondt en el papel de Héctor Pelegrín, el vendedor de seguros cesante que inventó el “tenis cristiano”, en el que los jugadores debían devolverse la pelota.
Tengo amigos que votan y que ya no se puede cenar con ellos, pues, a imitación de Napoleón, que iba a la ópera a dar vueltas sobre cómo combinar tres cuerpos de ejército en Fráncfort con dos cuerpos de ejército en Colonia, caen en accesos de fastidio en la mesa pensando en cómo combinar su voto al Psoe contra Podemos con un pacto de C’s y Pp para acordonar a Vox.
El sistema proporcional lo inventó un telegrafista australiano, pero lo publicitaron los franceses (socialistas y comunistas), aunque a los españoles del 77 se lo impuso Alemania mediante su franquicia, González, que en el chalaneo de la época renunció a la República a cambio de esa cosa, el sistema, que niega la representación y cuyo fin es asegurar a todos los partidos una silla a la mesa del reparto, cambiando las mayorías (principio democrático) por las proporciones (principio oligárquico), que tan buena vida da a los separatismos.
Ya en febrero del 21, firmada por Romanones, Cambó, Alba, Prieto y Lerroux (nada cambia), se presentó la proposición de ley del sistema proporcional… “¡para poner coto a la venalidad y al soborno electoral!” Para venderse está el partido, no el votante.
En Francia, gracias al golpe de De Gaulle, la primera Asamblea de la V República salió por escrutinio mayoritario de dos vueltas, que dejaron 10 escaños comunistas y 189 de la derecha. La proporción hubiera sido 54-104 con el escrutinio simple, y con el proporcional, de 88 (comunistas) por 82 (derecha).
Pero mis amigos pelmas se ven cambiando el mundo.