Voy a proponer una teoría para explicar por qué el Gobierno de Mariano Rajoy se muestra tan pusilánime, tan “socialdemócrata”.
Habiendo transcurrido cien días de su mandato, ya podemos afirmar que si el gabinete Rajoy logra el saneamiento del déficit público lo hará a costa del monumental expolio de la propiedad privada en que se ha convertido su política económica por el lado de los ingresos (impuestos). Socialdemócrata, pues.
En lo que respecta al gasto, el Gobierno conoce la necesidad de reducirle, y de forma tímida pone en marcha algunas medidas en este sentido, pero carece de la voluntad necesaria para implantar una drástica reducción del Estado, no se ve con fuerzas para decidir por sí solo.
Así, su reforma financiera se reduce a sufragar con dinero público las fusiones que los bancos y cajas decidan, las causas del despido objetivo son, paradójicamente, “subjetivas”, por lo que su aplicación quedará a expensas de las sentencias de los juzgados laborales, para reformar el “pozo negro” de RTVE espera alcanzar un consenso previo con el Partido Socialista.
Los principales analistas dicen no entender a qué se debe este comportamiento tan pusilánime cuando se dispone de mayoría absoluta en el Estado y en casi todas las Comunidades Autónomas.
Sin embargo, su actitud tiene un motivo: el miedo a la derrota que siempre acecha al gobernante a la vuelta de cada consulta popular, el terror a perder.
Puede que se extrañen por la anterior afirmación y me pregunten: “¿no sería más rentable en términos electorales la aplicación inmediata de un programa radical de reformas en el gasto público antes que el aumento de los tributos a la propiedad privada?”, “¿la audacia en el ajuste no facilitaría un nuevo mandato al actual Gobierno?”.
Me atrevo a responder que no, y para explicarlo tengo que sacar a colación el conocido como el juego “del gallina”.
Comprenderán al instante a lo que me refiero si recuerdan a James Dean en “Rebelde sin causa” celebrar con otro joven una carrera de coches en dirección al abismo de un acantilado: el objeto del desafío era acreditar quién era el más valiente, y el ganador resultaba ser quien frenaba más tarde, el último que se arrojaba del coche justo al límite del precipicio. El que tomaba antes la prudente decisión de parar era el perdedor, “el gallina”.
Pues bien, el sistema político socialdemócrata donde la competencia electoral entre partidos dirime quién gobierna, es un caso del juego “del gallina”, porque ante la inminencia del abismo (la ruina), el que apriete el freno más tarde, esto es, el que prometa que va a seguir gastando hasta el último instante, gana la contienda electoral. El calculador que se anticipa a la ruina y se detiene antes, es “el gallina”, el perdedor.
Debido a este juego siempre vencerá el que prometa o continúe otorgando beneficios económicos a más colectivos, el que asegure que va a gravar con más impuestos a los ricos para sostener el que llaman “Estado del Bienestar” (aunque los verdaderamente ricos son los únicos, junto con los vagabundos, que no pagan impuestos, ver Guillermo Rocafort, “SICAV, Paraíso fiscal”, Ed. Rambla), en definitiva, el que ante la proximidad de la quiebra más tarde rectifique, el que con más demagogia actúe.
¿Estoy equivocado en mis consideraciones acerca de la irracionalidad del electorado porque el Gobierno Rajoy fue elegido gracias a su máxima de “abrocharse el cinturón”?.
Contesto a la pregunta con otra pregunta: ¿existe la racionalidad en un terremoto, en una estampida?, ¿pretendemos que los náufragos de la crisis económica no sean egoístas ni irracionales a la hora de ponerse a salvo, y acepten que lo conveniente es ser responsable y ahorrar, cuando la oposición les dice que no es necesario?.
En una situación como la presente ¡qué extraordinario voluntarismo el de los defensores, contra toda evidencia, del actual sistema!, pues éste, dominado por el juego “del gallina”, impide la aplicación de la ortodoxia económica y el control de la mistificación electoralista.
El que primero frene (deje de gastar) pone en manos del adversario el argumento decisivo que le hará perder las elecciones: no será visto como el previsor que hizo lo necesario, sino que aparecerá como el cobarde que no tuvo agallas para oponerse a la maldad del sistema opresor.
El vencedor, el dilapidador, demostrará que su mera existencia acredita que se puede seguir gastando sin llegar nunca al abismo.
Es el juego del puro enfrentamiento, donde el triunfo se consigue no cooperando, sino todo lo contrario. El vencedor logra sus objetivos mostrando al otro que él no cooperará en absoluto aunque se mate, lo que provoca que su contrincante decida perder el juego (cambiar su política, renunciar a sus principios) a cambio de salvar la vida (continuar en el poder).
Un ejemplo de la naturaleza anticooperativa del juego “del gallina” es la estrategia de la oposición política y sindical contra el Presidente Aznar para derribar su reforma laboral de 2001. Fue suficiente la intransigente negativa de aquélla a cooperar lo que hizo que la ley ya aprobada fuera sustituida por otra acorde con los intereses de la izquierda.
Por todo lo expuesto, el Gobierno Rajoy no soltará amarras con el gasto público y el populismo, pues intuye que hacerlo sería tanto como “abandonar el coche” antes de tiempo y conceder una victoria segura a James “Rubalcaba” Dean.
Se pueden extraer consecuencias políticas y económicas de este juego, pero esa será otra historia.
Jorge Sánchez de Castro Calderón.