Y en las tardes de los sábados lluviosos, el Génesis se hizo presente. La vuelta  al momento primigenio, a la pureza del primer momento. Ahora entiendo que en esas tardes de lluvia, el alma busca su origen, vuelve a su raíz más pura. La vida empieza y se ofrece entera en un momento. Ese momento único que se encarna en el eje espacio tiempo y se deja ver a una hora concreta en un lugar concreto, las tardes lluviosas de los sábados.

Si la hora límite de la transición del domingo al lunes proyecta el ideal por venir, la tarde húmeda y limpia nos devuelve en el tiempo al tiempo donde todo estaba por hacer. Dos ejes en el tiempo y en el espacio que se cruzan en el camino de cada fin de semana de nuestras vidas. Y mientras, la vida se adentra en el bosque y sigue el camino que solo se hace al andar encaminado. Es posible vivir de acuerdo al ideal que se vislumbró en la pubertad y ser leal a él cada tramo del camino. En el bosque.

Una tarde en el primer día de la Creación es suficiente para impulsar toda una vida de amor por la verdad y la libertad.

Tardes límite, horas límite, tiempo límite. Cerca del límite, se clarifican las decisiones esenciales. No nos podemos salvar en grupo. O cada uno se atreve a adentrarse por los senderos más angostos del bosque y busca su perfección, o perderá el tiempo de su vida. Y la vida. Esas tardes lluviosas y fértiles son la llamada a la audacia, el recordatorio constante de que lo mejor es posible, es real y nos aguarda. ¡Salid de vuestra molicie! Apelo a ese momento primigenio, de pureza sin ideología, de ingenuidad moral, gráficamente plasmado en la limpieza de las tardes lluviosas de cualquier sábado de nuestra vida, porque en ese momento, se funda la verdadera libertad.

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