La filosofía no ha buscado la verdad en la libertad, sino en la necesidad.

                               Antonio García Trevijano, Teoría pura de la República.

A veces uno encuentra analogías curiosas de forma casual. ¿Quién diría que el proceso hasta alcanzar la esperada libertad política –nunca lograda hasta el momento- participa de tantos puntos en común con la experiencia de la unión mística con Dios?

                En una primera fase el místico y el ascético pueden parecer iguales puesto que los dos se afanan por conquistar lo mismo: purgarse por dentro, limpiarse de las impurezas que les aparta del camino de la perfección espiritual. Esta etapa quizás sea de las más complicadas, pues en ella se combinan el esfuerzo de la voluntad y la intuición de que la voluntad por sí misma es insuficiente. Para comprender la dimensión de este esfuerzo hay que remitirse al origen etimológico de la palabra ascética. Procede del griego y significa `ejecutar´. No en vano tanto ascéticos como místicos estuvieron en el punto de mira de la iglesia oficial del siglo XVI. Eran peligrosos porque tenían una meta y no dudaban en ejecutarla. Su función no era simplemente mimética, como la de muchos sonámbulos repetidores de la vida de Cristo de aquel entonces. Ellos llevaron a cabo una intensa actividad que en algunos casos les supuso la incomprensión y el rechazo de sus contemporáneos.

                Del mismo modo, quien se decide a adentrarse por la senda de la libertad política, deberá purgarse de sus antiguas creencias pseudopolíticas, deberá desvestirse, desaprender todo lo que desde la infancia el régimen partidocrático ha ido infundiendo en su mente y en su ánimo con la fuerza y la contundencia de una costumbre ancestral. Al principio tendrá miedo, deberá lidiar contra la tentación de aferrarse a sus antiguas creencias y, a menudo, habrá de reiniciar una y otra vez el trayecto hasta reafirmarse en la certeza de que limpiarse, purificarse de viejas y nocivas imágenes, requiere tanta paciencia como ir subiendo los cuarenta y nueve escalones que conducen a la sabiduría en el Talmud. Si tiene una mente inquieta, se acompañará de herramientas tan necesarias como la lectura reflexiva de filosofía política, el debate con repúblicos más avezados en la materia y, la principal: la observación atenta de la realidad.

                Para el místico, no para el ascético, llega un segundo momento: la iluminación. Es la etapa en la que percibe de forma intuitiva que su camino es el acertado, y la divinidad, en prueba de su buena fe, le regala pequeñas señales de su presencia (toques espirituales). Para el repúblico, ése sería el momento en que comprendería con la razón y con la intuición que hay un mecanismo que representa la verdad en sí misma y que es independiente de cada individualidad. Este mecanismo abstracto posibilita mediante las reglas que emanan de la experiencia y de la razón que la libertad política pueda llevarse a cabo. Se trata, pues, de una iluminación que ayuda a difundir este hallazgo a otras personas que aún viven en la ceguera de la horizontalidad partidista. Es el momento del nacimiento de su conciencia política.

                Pero al igual que el místico llega a dudar de su fe y pasa por momentos de sequedad pasiva (noche oscura del alma), también el repúblico puede vivir etapas de inseguridad e incertidumbre, de abatimiento imprevisto. No obstante, esos intervalos pueden llegar a ser tan productivos como los entusiastas porque ayudan a sopesar los logros pasados y a preparar tácticas realistas para el futuro.

                Por último, la cima de la dicha para el místico: la unión con Dios. Ésta es la meta que colma todos sus anhelos y que no muere al ser alcanzada porque detrás espera la eternidad.

                Cuando el repúblico se integre en la República Constitucional, la eternidad y el presente serán una misma cosa.

Imagen extraida de: http://www.fotolog.com

Eloísa Fernández

Zoilo Caballero  Narváez

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