El españolejo está ante el teatrillo de verano del Estado de Partidos. El 78 se montó con un aventurero, Suárez, y se desmonta con otro aventurero, Sánchez, ambos saludando con el codo en el aire, “como perro que se mea en la pared”, en palabras de Fray Candil.
Sánchez es de los de “elegantito”, que decía el Caballero Audaz, para acariciar a sus buenos amigos como Torra.
– ¡Hola, elegantito! ¿Qué hay, elegantito? ¡No te enfades, elegantito!
De la historia como tragedia a la historia como farsa.
Sánchez, que hace un año confundía en Soria a Machado con el cantante de Gabinete Caligari, ahora enseña en La Moncloa, convertida en lonja, la fuente del amor de Machado y Guiomar, y lo hace con el jefe de la sedición catalana, que le sirve chupitos de “ratafría” (probados por Iván Redondo) para animar su sobremesa, mano a mano, con el bustito de Azaña por testigo, sobre… ¡autodeterminación!
El bustito de Azaña es una copia “gipsy” del que en terracota hizo Donatello de Uzzano, quien, según Maquiavelo, al ser invitado a la conjura contra Cosme de Médicis, dijo una cosa que nos retrata: “Todos nuestros conciudadanos, sea por ignorancia o corrupción, están prestos a vender la República, y han encontrado comprador”.
Y hoy no hay un Ortega (Tezanos, en krausismo de los chinos, es lo más parecido que nos queda) que evite, como en la histórica madrugada del 31, la proclamación de una República federal a imagen de la del 73, como querían los francmasones: la federación, explicó Ortega a aquellos cabestros, puede ser una fórmula para unir lo que no está unido, no para articular lo que tiene ya siglos de unión.
– Está que muerde el filosofazo –fue la frase de Azaña, que no soportaba que alguien escribiera y hablara mejor que él.
Azaña, que se había marcado un Sánchez en su sobremesa barcelonesa de 1930, (“¡lo que queráis! ¡lo que queráis!”), se convirtió en busto al descubrir las intenciones catalanas de actuar como “nación” neutral en la guerra civil.
Publicado en Abc