A pesar de que cada vez ejerce menos funciones, el Estado no ha disminuido su impresionante maquinaria burocrática, heredada de tiempos pasados. La Administración General del Estado, cuya cúpula ha sido modificada en los últimos días del año pasado por el nuevo Gobierno, sigue teniendo Ministerios creados más por motivos publicitarios que por razones de organización racional, cuyas funciones podrían ser ejercidas por órganos de menor categoría. De hecho algunas Secretarías de Estado actuales sustituyen a Ministerios enteros de la anterior estructura.
Todos estos departamentos tienen un Gabinete, con categoría de director general (subsecretario en el caso del Ministerio de Presidencia), y una Subsecretaría. En muchos de ellos se han creado Secretarías de Estado, figura ambigua en el derecho comparado (equivalente a presidente de gobierno, ministro, ministro de asuntos exteriores o segundo escalafón después del ministro), para dirigir las grandes áreas del departamento respectivo y para coordinar a varias Direcciones Generales. En realidad sirven para compensar con cargos a personas relevantes del partido político ganador.
No contentos con esa figura intermedia se han inventado Secretarías Generales (con rango de Subsecretaría) como órgano intermedio entre la Secretaría de Estado y las Direcciones Generales, función que también realizan algunas Subsecretarías. Dicen que esos órganos sirven para coordinar varias Direcciones Generales, resaltar una función determinada o dar mayor categoría a una Dirección General (Guardia Civil, Policía, Tesoro). No contentos con esta casuística, otorgan rango de subsecretaría a algunos órganos especiales (Abogacía General, Intervención General). Así que, después de este galimatías, las Direcciones Generales han quedado muy lejos de la cabeza del departamento, cuando tradicionalmente eran los órganos homogéneos ideados para ejecutar las directrices políticas del Ministro.
En realidad la provisión de todos estos altos cargos se hace fundamentalmente por una motivación política, a pesar de que lo quieran revestir con ropajes técnicos, sirviendo, al igual que dijimos más arriba, para compensar favores políticos. Todos estos órganos político-administrativos poseen a su vez mesnadas de personal interino y eventual, cientos de Subdirecciones Generales, con Vocales Asesores y Subdirecciones adjuntas cuyos ocupantes son escogidos por libre designación entre funcionarios de mayor nivel. Al no existir una verdadera función directiva profesionalizada, el “spoil system” hará que la simpatía política, el rendibú y el amiguismo brillen con todo su esplendor.
En resumen, en las sucesivas hornadas han fabricado, además de un presidente y un vicepresidente, trece ministerios con sus trece gabinetes y sus trece subsecretarías, seis comisiones delegadas (reuniones de unos cuantos ministros), veinticuatro secretarios de estado, diecinueve secretarios generales u órganos asimilados a los subsecretarios y cien direcciones generales. Aun así han explicado que esta nueva estructura ha reducido el número de altos cargos en un 20% aproximadamente.
El siguiente capítulo, como en la lotería de Navidad, será la pedrea de cargos diseminados por el bosque de la administración institucional (organismos y demás entes públicos) después de la poda que realicen y aquellos otros que vayan encajando al desarrollar la estructura concreta de cada departamento y sus Relaciones de Puestos de Trabajo (las ansiadas y temidas RPT).
Nota: Aquella persona que tenga curiosidad por esta “movida”, puede ver el resultado de este capítulo del “spoil system” estatal en los Reales Decretos 1822, 1823, 1824, 1829, 1885, 1886 y 1887 de diciembre del año 2011.