El partido Ciudadanos va por las calles haciendo acopio de próceres que introduce en un camarote del Congreso para reformar lo arruinado por Cataluña.
Ciudadanos va de partido regeneracionista, y sus miembros serían regeneracionistas con nómina del Estado.
–La verdad es que el deseo de vivir a costa de los impuestos no es una enfermedad exclusiva de un partido; es el grande y permanente achaque democrático de nuestra sociedad civil, el mal secreto que ha corroído todos los antiguos poderes y que corroerá también los nuevos –dejó denunciado Tocqueville.
En el camarote constitucionario (en el lenguaje del abate Sieyes, poder constituido que se arroga poder constituyente) de Ciudadanos no hay un Tocqueville, pero tampoco un Zapatero, en este caso por carecer de “un proyecto de país”, al decir de Rivera, que por venir de la Barcelona de Mariscal cree que las naciones son proyectos de taller cultural y no sabe que los “proyectos de país” son basura totalitaria.
De Rousseau en el camarote tienen a Herrero de Miñón, que redactó una Constitución para Guinea. Y de Jefferson tienen a Felipe González, mismo dinero y misma demagogia, pero menos libros. Jefferson no redactó ninguna Constitución, aunque a los 25 años de disfrutar de la de América soltó la majadería de que había que hacer una cada 19 años, cita a la que se agarran nuestros catedráticos para vender la cuadratura del círculo que se trama en el camarote: la Constitución de una Nación de separatistas, y sin proceso constituyente, que eso les parece populismo. La corrupción de los conceptos hace el resto.
Ni en los siete artículos de la democracia representativa de América ni en los doscientos mil de la “dictadura de la democracia del pueblo” de Corea del Norte: con esta gente, podría dejarse la Constitución en un artículo único, el 155, que da para todo, más un guiño a 1931 por dar gusto al “Zeitgeist” partidocrático: “España es una ‘res publica’ de funcionarios de toda clase”.