MARTÍN-MIGUEL RUBIO.
La parábola o alegoría del Buen Pastor, que configuraba el perícope evangélico del Domingo pasado, la crea Jesús a partir de una sociedad en la que los rebaños de ovejas y cabras con sus pastores, zagales y rabadanes constituían una imagen frecuente, cotidiana, consustancial con el Mundo Clásico, la Edad Media, la Edad Moderna y buena parte de la Edad Contemporánea. Junto a los trinos y gorjeos siempre aleluyáticos de los pájaros, y los aleteos de los grillos y las cigarras, los campos también se henchían con los sonidos de cencerros, esquilas, melgarillas, campanillas, y cascabeles que informaban sobre el lugar por donde marchaban los pusilánimes miembros de los rebaños y ahogaban casi sus lánguidos y pusilánimes balidos, así como de los ladridos minaces de los valientes perros guías y guardianes. La importancia de esta actividad económica del hombre al vivac era tan importante que Teócrito, a través de sus divinos Idilios, creó la literatura pastoril, que tanta belleza alcanza en las Ecclogae, de Virgilio, en las de nuestro inmortal Garcilaso, La Arcadia, de Jacopo Sannazaro, The Countess of Pembroke´s Arcadia, de Philip Sydney, el sublime poema del Pastor enamorado, del oscuro Christopher Marlowe, o, finalmente, La Galatea, de nuestro Miguel de Cervantes. Esto es, Nuestro Señor elaboraba un discurso alegórico sobre una realidad no sólo acompañante de la cotidianidad ordinaria de aquellas gentes, sino que también estaba siendo embellecida por la literatura y las artes plásticas ( relieves en templos y sarcófagos, en figuras rojas y negras sobre la cerámica clásica, etc. ). El mundo del pastoreo era un hecho que se imponía todos los días a la vista, como los automóviles hoy en día. El pastor era el héroe de los campos y estaba ornado de una rica vida interior. No sin razón Don Quijote al final de su vida quiso cambiar la épica por la vida pastoril, previendo hacerse pastor como su última voluntad. Y es que si Jesús fue el “Bonus Pastor”, ¿cómo no ver en este oficio una actividad sublime? ¿No ordenó tres veces Jesús al primer Papa “Pasce oves meas, pasce agnos meos?
Pero el siglo XXI, merced a una economía globalizada y la incapacidad innata aquí en España de Montoro, demostrada con creces, está poniendo en peligro que las tierras de Europa permanezcan como tierras y campos bucólicos, en donde podamos ver con frecuencia la bella imagen del pastor y sus ovejas, otrora junto a su caramillo, zampoña o siringa, compitiendo con canciones de amor con otros pastores. La fabricación masiva de carne de ganado estabulado y engordado con química y la importación de carne de países en donde los pastores viven prácticamente en ergástulas harán imposible que veamos en nuestros campos pacer a las ovejas o a las cabras cítiso, égilo, melitia o cisto. Y nuestros hijos entenderán cada vez menos el evangelio.
Sin embargo, este fin de semana se nos presentó un pastor con sus ovejas en valle umbrío de La Mancha, como un resplandor de la vida clásica que iluminara de pronto nuestros ojos de bucoliastas, para de nuevo dejarlos en el recuerdo de un mundo noble que pasó. Pero quienes vivimos la España de los años 60 ansiamos escapar del asfixiante mundo convencional y moderno. Una excursión desde la ciudad al campo es siempre necesaria e interesante, y tras la caminata viene el apetecible descanso bajo la fronda. Frente a un mundo mecanizado, sin duda conveniente y hasta necesario hasta cierto grado, pero sin el contrapeso de ciertos valores espirituales, se alza la estupenda lección de humanismo que nos brinda el pastor del Pozo de la Serna, ese canto secular a la Naturaleza, al trabajo, al sentido común, a la humildad, al descanso bien ganado y al amor.
Piaban alondras y jilgueros, la tórtola gemía, revoloteaban las rubias abejas en torno a las fuentes. Los álamos y olmos tejían sombreado bosque, mientras sus copas extendían en bóveda la ondulante cabellera de sus hojas verdes.
Y ahora que la derecha ha descubierto que no le interesa arreglar la crisis económica ( “Los pobres aprenderán que ellos no han nacido para vivir como ricos” ), las virtudes y costumbres sencillas de los pocos pastores que quedan nos pueden servir como un horizonte asible de felicidad y dicha.
Pensadores peripatéticos de caminos polvorientos, con corvos cayados de acebuche señaláis verdes pastos. Junto al hondo aprisco Amarilis y Galatea os esperan, sin infernales tecnologías que malogran el alma, sin codicias dinerarias que corrompen los corazones, sin miedo a polifemos que te recorten la soldada, princesas transformadas en sículas pastoras hermosas os brindarán sus dulces senos con el ícor rumoroso, néctar tibio que recuerda galaxias de cabra Amaltea.
¡Oh Amores parecidos a manzanas coloradas! ¡Herid con vuestros dardos en esta húmeda primavera! La niña linda me pide que baje la cremallera de su vestido de princesa. Lo hago, y de mi corazón salen juncos que me estremecen, que llegan a marearme mortalmente. Ya soy un pastor con una herida vitalicia en el alma perpetrada por una niña linda, de cara blanca, y grandes ojos negros. No sabe la niña el terremoto letígero que su inconsciencia ha provocado en mi corazón.
Pacen pacíficas las ovejas manchegas o merinas conducidas por los nuevos Tirsis, Títiro, Bato, Coridón, Comatas, Lacón, Dametas, Simíquidas, Lícidas, Frasidamo, Buceo, Milón, Melibeo, Alexis, Menalcas, Palemón, Mopso, Cromis, Mnasilaos, Alfesibeo, Damón, el gañán Meris, y algún otro pastor que aún no he reconocido en mis excursiones campestres.
Secluida la Cultura Clásica del Plan de Estudios de la Enseñanza Obligatoria y Gratuita por la barbarie gubernamental que nos arrasa sólo quedan los pastores como los últimos titanes de la Alta Cultura en el presente estercolero patrio.