Madrid, ay, Rajoy, es hoy el bosquecillo de Nemi que da pie a Frazer a fundar la antropología con su libro “La rama dorada” (¡pintada por Turner!): en ese santuario, el rey-sacerdote, cuyas primeras canas (de ahí el auge de los tintes marianos) preludiaban su sentencia de muerte, era ritualmente asesinado por su sucesor.
Rajoy fue citado por los jueces de una trama de corrupción no de procesado, imputado o investigado, que uno puede contar lo que quiera, sino de testigo, que obliga a uno a declarar la verdad, y en la grande polvareda del poder estalla una tormenta de espadas desnudas que nos lleva de la paz inquietante de Turner a una guerra cachicuerna de Dalmau Ferrer en que la espada desnuda sería lo que el juez Pedraz, en su famoso estudio sobre el humor negro del concejal Zapata, llama “pena de telediario”, ese paseo en la carreta de Samson (la TV) de los señalados por el Destino para entretener a “les tricoteuses” en la plaza de la guillotina.
El Miércoles Negro de Madrid me pilló en Zamora: deseaba asistir al juicio del honor de los Iglesias contra la libertad de expresión de Hermann Tertsch, que en una soberbia Tercera (¡de Cavia antiguo!) glosó con datos recogidos de la Causa General una historia juvenil del abuelo del gran “conducator” (creo que predica en un autobús) del nuevo comunismo español. No pudo ser: a petición de la parte del honor, la juez decretó (para una causa de prensa) una vista cerrada, “ni prensa ni público”, y nos quedamos sin elucidar si Manuel Iglesias Ramírez fue la especie de Agapito García Atadell que pintan en la Causa General o la especie de José María Escrivá de Balaguer que pintarían los falangistas Vázquez-Prada, asturiano y pez gordo de “Arriba”, y Puig Maestro-Amado (“el hombre del loden en Gregory’s”), sevillano, procurador en Cortes y concejal en Madrid, sobre la base de que, en el 38, con la guerra decantada, Manuel contrajo… cristiano matrimonio.
El Consenso se renueva.