La España post 98 tuvo un pesimista creativo, Maeztu, y un optimista creativo, Ortega. Ambos sembraron en el barbecho de la Restauración. El optimista trajo luego una República, y la República (“no es esto, no es esto”) asesinó al pesimista, que llevaba razón:
–No es esto, no es esto –había dicho ya Kant, al ver en los crímenes de Francia la flor de la Ilustración, y es que “era muy excepcional la jornada en que Ortega no mentase a Kant”, dicho por su hermano Manuel, que veía en José una “razón practicista” más que una “razón purista”.
Mas, para “razón practicista”, la de Maeztu, autor de este parecer, allá por el 23: “La España de ahora es un pueblo que acaba de nacer entre las ruinas de otro que llevaba su nombre. Es muy egoísta y aún no han descubierto sus hijos el dogma por el que valga la pena sacrificar la vida. Quizá sean demasiado jóvenes para ver que la primera condición de vida para un pueblo es estimar alguna cosa más que la existencia. Quizá se hayan cansado de sus mil años de Historia y necesiten otros mil años de barbecho”.
Del barbecho de la Restauración al barbecho, cien años más tarde, de la Transición, sólo que sin Ortegas ni Maeztus. Dos barbechos podridos de silogismos caciquistas: caciquismo liberaloide, aquél, y fascistoide, éste. “Tu voto es sagrado. No lo vendas”, decían los carteles electorales del 18. O sea, que el voto se pagaba. Hoy, el voto de derechas se exige gratis, casi a puntapiés, por unos liberalios que se comprometen a purificarlo colocando la papeleta como Niño Jesús en una cajita de virutas robadas de la hemeroteca de “El Sol”, que en plena Dictadura primorriverista escribía:
–Queremos una España feliz, honrada, liberal, libre de fanáticos del uno y del otro extremo; una España en la que la voz de “El Debate” suene a cosa de ultratumba y no a fuerza viva y efectiva, capaz de moverse en las antecámaras ministeriales…
El barbecho es el Centro, un rondo guardiolés de La Masía, esta absurda sardana de España.